Lloré porque me di cuenta de que para mi propio hijo yo era solo una empleada gratis. Al día siguiente llamé al serrajero. Cambié todas las cerraduras de mi apartamento. Cuando Hugo me preguntó por qué lo había hecho, le dije la verdad. Porque este es mi hogar y nadie va a entrar aquí sin mi permiso. Ni siquiera tú. Se enojó mucho. Me gritó que era una exagerada, que estaba actuando como una loca, que solo querían ayudarme a no estar sola.
ayudarme quitándome mi cama, mis muebles, mi privacidad, mi dignidad. Eso era ayuda. Rebeca fue peor. Me llamó llorando, diciendo que yo era una suegra cruel, que cómo podía hacerles eso a mis propios nietos, que ellos habían contado conmigo, que ya habían hecho todos los arreglos, que por mi culpa los niños no iban a poder estar con su papá durante esos tres meses importantes para su carrera. Mentira.
Todo era mentira, porque después me enteré por mi vecina Eloisa, que tiene una hermana que trabajaba en la misma empresa que Hugo, que él no tenía ningún proyecto especial, que simplemente había decidido rentar su casa por tr meses para ganar dinero extra.
Habían encontrado unos turistas que les pagaban muy bien por quedarse en su casa durante la temporada alta. ¿Se dan cuenta? No era un proyecto de trabajo, era un negocio. Querían ganar dinero rentando su casa y yo era la solución perfecta para no gastar en hotel o en cuidado de niños. Yo era la guardería gratis, la empleada doméstica sin sueldo, la que iba a sacrificar su comodidad para que ellos hicieran negocio.
Y cuando les dije que no, cuando por primera vez en mi vida puse límites, me convertí en la villana de la historia, en la abuela cruel, en la suegra loca, en la vieja egoísta que no quiere ayudar a su familia. Pero, ¿saben qué descubrí en estas semanas? Descubrí que está bien decir no, que está bien defender mi espacio, mi dignidad, mi tranquilidad, que no soy una mala persona por no permitir que abusen de mí.
Ahora mismo están ahí abajo haciendo escándalo, despertando a todo el vecindario. Hugo sigue tratando de meter su llave vieja. Rebeca sigue gritando que soy una loca. Los niños lloran y yo siento el corazón partido, pero no voy a abrir esa puerta. No, esta vez escucho los pasos de Hugo subiendo corriendo las escaleras hasta mi piso. Sus zapatos de cuero resuenan en cada escalón como martillazos en mi corazón.
Toc, toc, toc. Ahora golpea mi puerta, pero diferente a como lo hacía Rebeca. Él golpea suave, desesperado. Mamá, soy yo, Hugo. Por favor, abre la puerta. Necesitamos hablar. Los niños están cansados. Han viajado 8 horas en autobús. Mira, sé que estás molesta, pero podemos resolver esto como familia. Como familia. Ahora somos familia.
Cuando necesitaba que me visitaran durante mi recuperación, cuando estaba sola y asustada después de la cirugía, ¿dónde estaba esa familia? Cuando vendían mi comodidad como si fuera mercancía barata. Éramos familia. Entonces, mamá, por favor. Sé que cambiaste las herraduras. Entiendo que estés molesta, pero piensa en los niños. El pequeño Matías apenas tiene 3 años, está llorando y no entiende por qué la abuela no nos deja entrar. Ay, ese niño.
Matías es mi debilidad y Hugo lo sabe perfectamente. Es el más pequeño de mis nietos con esos ojos enormes y esa sonrisa que me derrite el corazón. Cuando era bebé, yo lo cuidaba todos los fines de semana para que Rebeca pudiera descansar. Le compraba sus pañales, su leche, su ropa.
Gastaba $150 mensuales solo en cosas para él. Escucho su llanto desde aquí arriba y se me parte el alma, pero no puedo ceder. No esta vez, porque si abro esa puerta ahora, si les permito entrar, estaré enseñándoles que pueden pisotearme cuando quieran, que mi sentimientos no importan, que basta contraer a los niños para que yo me convierta en su esclava obediente. Hugo sigue hablando desde el pasillo.
Mamá, Rebeca está muy alterada. Dice que le gritaste por teléfono hace tres semanas, que le colgaste cuando te llamó para confirmar la fecha, que has estado actuando muy extraña desde tu operación. Extraña. Claro que he estado extraña. He estado pensando algo que aparentemente nunca hacía antes.
He estado recordando, calculando, sumando todos los dólares que gasté en ellos, todas las veces que dijeron que sí y luego me pagaron con desprecio. Esa llamada que menciona Hugo fue exactamente hace 20 días. Rebeca me llamó como si nada hubiera pasado, con esa voz dulce y falsa. Julieta, querida, ya estás mejor. Qué bueno, porque necesitamos confirmar lo de los niños. Llegamos el viernes en la noche.