“Hola, Querido, Tu Madre Loca No Nos Deja Entrar! Estamos En La Escalera Con Nuestras Cosas!”

Yo pensé que por fin venían a visitarme, a preguntarme cómo estaba, si necesitaba algo. Qué ingenua fui. Entraron como si nada, Hugo con su llave, y fueron directo a revisar mi apartamento. Sí, como lo escuchan. Fueron revisando cada rincón, midiendo espacios, moviendo mis muebles. Rebeca abría mis armarios, revisaba mi refrigerador, incluso abrió los cajones de mi cómoda.

Hugo meía a las habitaciones con su teléfono. ¿Qué están haciendo? Les pregunté desde mi cama, todavía con los puntos de la cirugía doliéndome. Ah, mamá, no te preocupes, me dijo Hugo. Solo estamos viendo cómo acomodar mejor las cosas cuando vengamos con los niños. Rebeca necesita saber dónde va a poner sus cosas. Sus cosas.

Rebeca iba a traer sus cosas a mi apartamento, pero si solo era por tres meses, ¿para qué necesitaba traer tantas cosas? Rebeca me explicó con esa sonrisa falsa suya que como iban a estar tanto tiempo, necesitaba traer su ropa, sus productos de belleza, algunos muebles para que los niños estuvieran cómodos. Algunos muebles.

Resulta que algunos muebles significaba reemplazar completamente mi sala, mi sofá, donde he visto televisión durante 10 años, donde lloré cuando murió mi esposo, donde cosí la ropa de mis nietos. Ese sofá tenía que irse al sótano porque no era apropiado para niños. Mi mesa del comedor, la que me regaló mi madre hace 30 años, también tenía que guardarse porque era muy delicada.

Rebeca había hecho una lista completa de todo lo que tenía que cambiar en mi propia casa. mi propia casa. La cama de mi habitación tenía que moverse a la sala porque ella y Hugo necesitarían el dormitorio principal. Yo dormiría en un colchón inflable en la sala junto con los cuatro niños. Un colchón inflable. Yo a los 71 años, con problemas de espalda, recién operada, iba a dormir en un colchón inflable en mi propia sala, pero Rebeca tenía una explicación para todo.

Julieta, tú entiendes que necesitamos privacidad. Además, a tu edad ya no necesitas tanto espacio. Esa frase se me quedó grabada en el corazón como un cuchillo. A tu edad ya no necesitas tanto espacio. Como si por ser mayor ya no fuera importante mi comodidad, mi dignidad, mis cosas, como si fuera un estorbo en mi propio hogar. Pero lo peor vino después.

Hugo sacó unos papeles de su bolsillo. Mamá, necesitamos que firmes esto. Es solo un documento que dice que nosotros podemos tomar decisiones sobre el apartamento mientras estemos aquí. Ya sabes, por si hay alguna emergencia o necesitamos hacer algún arreglo, tomar decisiones sobre mi apartamento.

Mi apartamento que compré con el dinero de mi trabajo, que pagué durante 20 años, donde están todos mis recuerdos, mis fotos, las cosas de mi difunto esposo. Querían que les diera poder legal sobre mi hogar. Les dije que no, que necesitaba tiempo para pensarlo, que acababa de salir del hospital y no podía tomar decisiones importantes. Rebeca puso esa cara que pone cuando no consigue lo que quiere, como una niña caprichosa.

Ay, Julieta, pero necesitamos organizarnos. Ya compramos los boletos, ya arreglamos todo en el trabajo de Hugo. Ya compraron los boletos. sin preguntarme si yo ya estaba recuperada, sin confirmar si yo todavía estaba de acuerdo. Ahí me di cuenta de que para ellos mi opinión no importaba nada.

Yo era solo la abuela conveniente, la que resuelve los problemas sin hacer preguntas. Esa noche, después de que se fueron, lloré como no había llorado desde el funeral de mi esposo. Lloré por mi ingenuidad, por todos los años que creí que ellos me valoraban, por todas las veces que puse sus necesidades antes que las mías.

Leave a Comment