Solo nos dijo que íbamos a pasar tiempo con la abuela mientras papá trabajaba. Susana mira a Rebeca con ojos de fuego. ¿Les mentiste? ¿Les hiciste creer que esto era unas vacaciones? No les mentí. Solo les dije lo necesario para que no se preocuparan. Lo necesario. Susana está furiosa. Lo necesario era no decirles que iban a vivir en casa de su abuela por tr meses mientras ustedes hacían dinero. Anselmo trata de recuperar control.
Señorita, por favor, no complique más la situación. Lo importante ahora es resolver dónde van a dormir estos niños. Eso es fácil, dice Susana poniéndose de pie. En mi casa, en tu casa. Rebeca se ve alarmada. Susana, tú tienes tu propia vida, tu trabajo. Exacto. Tengo mi propia vida y mi propio trabajo.
Pero a diferencia de ustedes, no voy a dejar a cuatro niños en las escaleras de un edificio. Susana saca su teléfono. Voy a llamar un taxi grande. Niños, recojan sus cosas. Se vienen conmigo esta noche. No, Rebeca se interpone. No puedes llevarte a mis hijos. Ah, no. ¿Prefieres que duerman en la calle? Hugo finalmente reacciona.
Rebeca acepta la ayuda de Susana. Los niños necesitan un lugar seguro donde dormir, pero Rebeca está perdiendo el control total. Esto no era el plan. El plan era que Julieta los cuidara. Para eso son las abuelas. Susana la mira con disgusto. El plan era explotar a una señora mayor recién operada para que ustedes pudieran hacer dinero fácil. Eloisa aplaude. Bravo.
Por fin alguien lo dice como es. Anselmo se da cuenta de que su estrategia no está funcionando. Tía Julieta, baja, por favor. Podemos llegar a un acuerdo civilizado. No hay nada que acordar, Anselmo. Y deja de llamarme tía como si fuéramos familia cercana. Solo me buscas cuando necesitas algo. Los vecinos se ríen. Don Roberto asiente.
Señora Julieta, usted manténgase firme. No se deje manipular. La señora Mercedes grita desde su balcón. Julieta, toda la cuadra está de tu lado. No te dejes. Susana está organizando a los niños. Vamos, pequeños, recojan sus maletas. En casa de tía Susana hay camas cómodas y mañana desayunamos panqueques. Los niños, cansados del drama empiezan a tomar sus cosas obedientemente, pero Matías, el más pequeño, se suelta de la mano de Susana y corre hacia las escaleras.
Abuela Julieta, abuela Julieta grita con su vocecita. Quiero ver a la abuela. Se me parte el corazón. Ese niñito no entiende nada de lo que está pasando. Solo sabe que su abuela, que siempre lo recibe con dulces y abrazos, ahora no le abre la puerta. Matías, amor, le grito desde la ventana. La abuela te ama mucho, pero ahora no puede recibirlos. Tía Susana va a cuidarlos muy bien.
¿Por qué no puedes, abuela? ¿Estás enojada con nosotros? Las lágrimas se me salen. No estoy enojada contigo, mi amor. Nunca podría estar enojada contigo. La abuela solo necesita descansar un poco más. Susana toma a Matías en brazos. Pequeño, la abuela Julieta estuvo muy enferma. Los doctores dijeron que necesita mucho descanso para ponerse mejor.
Como cuando yo tuve gripe y no pude ir al parque. Exactamente, como cuando tuviste gripe. A veces necesitamos tiempo para sanarnos. Rebeca está desesperada viendo que está perdiendo a los niños también. Susana, no puedes llevártelos. Son mis hijos y tú eres su madre, dice Susana firmemente. Por eso es tu responsabilidad buscarles un lugar seguro donde dormir, no dejarlos llorando en unas escaleras.
El taxi llega y toca la bocina. Susana carga a Matías y toma la mano de Carmen. Hugo, ayúdame con las maletas. Hugo obedece en silencio. Se ve avergonzado, derrotado. Cuando está subiendo las maletas al taxi, me mira hacia arriba. Mamá, perdóname. Tienes razón en todo. No sabía lo mal que te hemos tratado. Lo sé, Hugo, pero saber no es suficiente. Necesito que cambies las cosas. Lo haré.
Te prometo que lo haré. Rebeca se acerca al taxi desesperada. Hugo, no podemos quedarnos en casa de mi hermana. Tenemos que encontrar otra solución. La solución era respetar la decisión de mi madre desde el principio, dice Hugo con voz cansada. Pero preferiste apostar a su bondad. Anselmo guarda su libreta frustrado.