HIJOS ECHAN A SU MADRE DE 70 AÑOS BAJO LA LLUVIA… PERO EL DESTINO LES DIO UNA LECCIÓN!..

No sabía cuánto tiempo había caminado cuando finalmente sus piernas ya no pudieron más. Se detuvo bajo el toldo de una tienda cerrada, se sentó en el suelo frío y abrazó su maleta. El agua de la lluvia corría por las calles formando pequeños ríos. Rosa cerró los ojos agotada física y emocionalmente. Por un momento deseó que Fernando estuviera ahí, que todo esto fuera solo una pesadilla de la que pudiera despertar. Comenzó a rezar, no pidiendo ayuda para sí misma, sino pidiendo que algún día sus hijos entendieran el valor del amor y la familia antes de que fuera demasiado tarde para ellos.

Mientras Rosa estaba ahí sentada bajo ese toldo, completamente empapada y temblando de frío, un auto se detuvo frente a ella. Era un vehículo elegante, oscuro, con vidrios polarizados. Rosa pensó que tal vez era la policía que vendría a decirle que no podía quedarse ahí. Se preparó para levantarse y seguir caminando, aunque ya no tuviera fuerzas. Pero cuando la puerta del auto se abrió, quien bajó fue un hombre de aproximadamente 50 años, bien vestido, con un paraguas en la mano.

El hombre se acercó a Rosa y se agachó junto a ella. Con voz amable le preguntó si estaba bien y qué hacía ahí bajo la lluvia a esas horas de la noche. Rosa lo miró y algo en los ojos de ese hombre le dio confianza. Con voz cansada, le contó brevemente lo que había pasado, cómo sus propios hijos la habían echado de su casa y cómo ninguno de ellos quiso recibirla. El hombre escuchó en silencio, su expresión cambiando de preocupación a indignación conforme Rosa hablaba.

Cuando Rosa terminó de hablar, el hombre se quedó callado por un momento, como procesando lo que acababa de escuchar. Luego, con voz firme, pero amable, le dijo, “Señora, usted no puede quedarse aquí. Hace mucho frío y está empapada. Por favor, permítame llevarla a un lugar donde pueda estar seca y caliente esta noche. Mañana veremos qué podemos hacer para ayudarla.” Rosa dudó por un momento. Le habían enseñado toda su vida a no confiar en extraños, pero algo en la mirada de ese hombre le decía que podía confiar en él, además, que más podía perder.

Aceptó su ayuda y el hombre la ayudó a levantarse con mucho cuidado, notando que Rosa cojeaba y tenía dificultad para caminar. la ayudó a subir al auto, puso su maleta en el maletero y comenzó a conducir. Durante el trayecto, el hombre se presentó. Su nombre era Eduardo Salinas y era dueño de varios negocios en la ciudad. Le explicó a Rosa que él había pasado por esa zona de casualidad, que normalmente no tomaba esa ruta, pero algo lo había hecho desviarse esa noche.

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