Rosa pensó que tal vez sus oraciones habían sido escuchadas. Después de todo, Eduardo le preguntó más detalles sobre su situación y Rosa le contó toda su historia, desde la muerte de Fernando hasta los eventos de esa terrible noche. Eduardo escuchaba con atención y Rosa notó que sus manos apretaban el volante con fuerza cuando ella le contaba cómo sus hijos la habían tratado. Finalmente llegaron a un hotel elegante en el centro de la ciudad. Eduardo ayudó a Rosa a bajar y le dijo que había reservado una habitación para ella, que podía quedarse ahí todo el tiempo que necesitara hasta que encontraran una solución permanente.
Rosa no podía creer la generosidad de este extraño y comenzó a llorar, pero esta vez no eran lágrimas de dolor, sino de gratitud. Eduardo la acompañó hasta la recepción y dio instrucciones específicas al personal de que cuidaran muy bien de la señora Rosa, que le dieran todo lo que necesitara y que cargaran todos los gastos a su cuenta. Luego se dirigió a Rosa y le dijo, “Señora, descanse esta noche. Mañana vendré a visitarla y hablaremos sobre cómo podemos ayudarla de manera más permanente.
Y si me permite, me gustaría tener una conversación con sus hijos. Rosa asintió agradecida, pero agotada. Esa noche Rosa tomó una ducha caliente, se puso ropa seca que el hotel le proporcionó y se acostó en una cama cómoda por primera vez en muchas horas. Pero a pesar del cansancio, no podía dormir. Su mente no dejaba de repasar los eventos del día, las expresiones frías de sus hijos, las puertas cerradas en su cara, el frío de la lluvia.
Pero también pensaba en Eduardo, en su amabilidad, en cómo un completo extraño había mostrado más compasión por ella que sus propios hijos. A la mañana siguiente, Rosa despertó sintiéndose físicamente mejor, pero emocionalmente devastada. Todo lo que había pasado no había sido una pesadilla, era real. Sus hijos realmente la habían abandonado. Bajó al restaurante del hotel donde Eduardo ya la estaba esperando con el desayuno servido. La saludó con una sonrisa cálida y le preguntó cómo había dormido. Rosa intentó agradecerle nuevamente, pero Eduardo levantó la mano y le dijo que no era necesario, que lo que había hecho era lo mínimo que cualquier persona decente hubiera hecho.
Mientras desayunaban, Eduardo le contó a Rosa su propia historia. Él también había tenido una madre a la que amaba profundamente. Ella había sido una mujer humilde que trabajó toda su vida limpiando casas para darle una educación a él. Gracias a los sacrificios de su madre, Eduardo pudo estudiar, graduarse y construir el imperio de negocios que ahora tenía. Su madre había muerto hacía dos años y no pasaba un día sin que Eduardo la extrañara y agradeciera todo lo que ella había hecho por él.