Laura siempre había sido más sensible, más cariñosa. Seguramente ella entendería. Ella no la dejaría en la calle. Laura abrió la puerta y su rostro mostró sorpresa al ver a su madre en ese estado. Por un momento, Rosa pensó que todo estaría bien, que su hija la abrazaría y la haría entrar. Pero entonces el esposo de Laura apareció detrás de ella y la expresión de Laura cambió completamente. Con voz temblorosa pero firme, Laura le dijo que lo sentía, pero que no podía recibirla, que su esposo no quería problemas y que ellos tenían sus propias responsabilidades.
Que Rosa debía entender que ellos tenían que pensar en sus hijos primero. Rosa le preguntó a Laura si ella recordaba cuando era pequeña y tenía miedo de la oscuridad, cómo Rosa se quedaba sentada junto a su cama todas las noches hasta que se dormía, incluso cuando ella misma estaba exhausta después de trabajar todo el día. Le recordó cuando Laura quedó embarazada de su primer hijo y tuvo complicaciones, como Rosa dejó todo y estuvo con ella en el hospital día y noche durante dos semanas, cuidándola, animándola, orando por ella.
Le preguntó si recordaba como Rosa vendió su anillo de matrimonio para ayudarlos con el pago inicial de esa misma casa donde ahora vivían y donde ahora no la querían. recibir. Laura comenzó a llorar, pero no cambió de opinión. Entre soyosos le dijo que la vida era así, que cada quien debía ver por sí mismo, que ella tenía que proteger a su familia. Y antes de que Rosa pudiera decir algo más, Laura también cerró la puerta. Rosa escuchó como su hija lloraba del otro lado y como su esposo le decía que había hecho lo correcto, que no podían cargar con esa responsabilidad.
Solo le quedaba Miguel. Rosa caminó bajo la tormenta que cada vez era más intensa. Sus pies apenas respondían. Sentía que en cualquier momento se desmayaría. La casa de Miguel estaba al otro lado de la ciudad y Rosa no tenía dinero para otro taxi. Caminó durante casi una hora bajo la lluvia torrencial. Pasaba frente a familias cenando juntas en sus casas cálidas. veía a través de las ventanas iluminadas escenas de vida normal, de amor, de lo que alguna vez ella también tuvo y ahora había perdido.
Cuando finalmente llegó a la casa de Miguel, apenas podía mantenerse en pie, tocó la puerta con las últimas fuerzas que le quedaban. Miguel abrió y su expresión fue de total indiferencia. ni siquiera preguntó qué le había pasado o por qué estaba en ese estado. Rosa ni siquiera tuvo que explicarle nada porque Miguel simplemente le dijo que ya sabía lo que quería, que sus hermanos le habían avisado que probablemente iría a buscarlo y que su respuesta era no.