Hija de banquero. Desapareció en gala benéfica en Monterrey en 1999, 7 años después mesero haya esto. -DIUY

el sol seguía brillando, pero yo sólo sentía frío.
Un frío que me calaba hasta los huesos. Había perdido a Miguel y ahora sabía que también había perdido la fe en la única persona que alguna vez llamé familia. Valeria, a quien creí que cuidaría de mi hijo, nos había traicionado de la forma más cruel. Salí por la puerta del Hospital San Rafael. La

luz del mediodía me dio de lleno en la cara, pero lo único que sentí fue un vacío helado por dentro.
Mis piernas pesaban como si cada paso fuera un esfuerzo para no derrumbarme. No recuerdo cuánto caminé, solo que debía llegar a la oficina administrativa para hacer el trámite del acta de defunción de Miguel. La palabra defunción resonaba en mi cabeza como un martillazo, destrozando cualquier

esperanza que pudiera quedar. Mi hijo, el niño al que crié y amé con todo mi corazón.
Ahora era sólo un papel, un sello, un nombre en un archivo del hospital, en la oficina administrativa. Una joven enfermera con el cabello recogido en una coleta alta, me entregó una bolsa de plástico transparente. Éstas son las pertenencias del señor Pérez dijo con voz suave pero apurada por la

rutina de un día de trabajo.
Tomé la bolsa con las manos temblorosas y miré a través del plástico. Adentro estaba el reloj de Miguel, la cartera de cuero gastada que le regalé en su cumpleaños número 20 y su teléfono con la pantalla rayada. Abrí la cartera buscando encontrar algo suyo, una huella de la vida que había vivido,

pero estaba vacía.
Sólo quedaban sus documentos y una foto vieja con las esquinas arrugadas en la imagen. Miguel y yo estábamos en la playa. Él era apenas un niño, con una sonrisa radiante y un papalote rojo en la mano. Apreté la foto contra mí, como si al soltarla los recuerdos de mi hijo se desvaneciera. También

pedí al médico que me entregara todo el historial clínico de Miguel.
¿Otro doctor? No. El doctor Julián entró con un grueso expediente en la mano. Aquí está todo el historial. Dijo, dejando el montón de papeles sobre la mesa. Fui pasando las páginas, fechas de ingreso, análisis y el diagnóstico final. Cáncer gástrico en etapa terminal con metástasis. Me detuve. La

vista nublada al leer esa línea.
El médico a mi lado bajó la voz. Si lo hubieran traído unos meses antes, quizá habría vivido uno o dos años más. Pero cuando ingresó, su estado ya era demasiado grave. Asentí sin poder hablar, sintiendo que el pecho se me apretaba uno o dos años. Si hubiera estado en casa, sí me hubiera fijado más

en él.
Si no hubiera dejado que Valeria se encargara de todo, habría tenido Miguel una oportunidad. ¿Quién es la persona de contacto principal? Pregunté con voz ronca la enfermera de guardia que estaba cerca. Revisó su libreta y respondió Valeria López. Hemos llamado varias veces enviado mensajes, pero no

hemos podido contactarla. Me quedé helada, como si me hubieran dado una bofetada.
Valeria, la misma a la que yo le enviaba dinero cada mes, en quien confiaba para cuidar de Miguel. No apareció. No sólo había abandonado a mi hijo, sino que ni siquiera respondió al hospital cuando intentaron comunicarse. Cerré los puños, clavando las uñas en la palma hasta sentir un ardor. En ese

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