preparaba para salir del hospital, Diego me tomó la mano con la mirada dudosa.
¿Señora Valentina, puede ser mi abuela? La pregunta del niño me dejó paralizada, como si el mundo entero se detuviera en ese instante. Miré a los ojos claros de Diego. Vi el reflejo de Miguel y sentí que mi corazón sanaba un poco. Me acerqué, lo abracé fuerte y las lágrimas rodaron por mis mejillas.
Claro que sí, Diego. Seré tu abuela.
El niño me abrazó con fuerza. El peluche quedó aplastado entre nosotros y pude sentir el calorcito que emanaba de su frágil cuerpo. Ese mismo día comencé los trámites para la adopción legal. Me puse en contacto con el Departamento de Asuntos Sociales, preparé los documentos y organicé una pequeña
habitación en la casa de Miguel para Diego.
Pinté las paredes de azul marino, el color que Diego dijo que le gustaba porque se parece al cielo. Compré una cama individual, una mesita y puse su peluche sobre la almohada. Cada paso de la preparación era una promesa Conmigo misma. No dejaría que Diego estuviera solo, como yo. Sin querer dejé a
Miguel. El fondo.
Miguel no solo era el legado de mi hijo, ahora también era el puente que me llevaba a Diego, un niño que trajo luz a mis días más oscuros. Seis meses después del juicio, recibí una llamada del médico del hospital de la provincia de Sonora. Señora Valentina, tengo buenas noticias. Dijo con
entusiasmo al otro lado de la línea. Diego ha respondido bien al tratamiento. Los últimos análisis muestran que ya no hay células cancerígenas.
Me quedé inmóvil en la cocina, sujetando el teléfono con fuerza mientras las lágrimas corrían por mis mejillas. Diego, el niño que conocí en una fría habitación de hospital, ahora tenía una oportunidad de vivir. Gracias, doctor. Susurré con la voz quebrada. Voy para allá de inmediato. Me apresuré a
preparar todo y llevé conmigo una pequeña bolsa de regalo. Un gorro de lana azul que había tejido para Diego esperando que le gustara.
El día que Diego salió del hospital, conduje la vieja camioneta de Miguel hasta Sonora. El niño estaba en la entrada, delgado, pero con los ojos brillantes abrazando su peluche desgastado. Al verme corrió hacia mí con una sonrisa radiante como el sol. Abuela gritó lanzándose a mis brazos. Lo abracé
fuerte, sintiendo el calor de su pequeño cuerpo y en ese momento vi la sombra de Miguel.
Vamos nieto le dije acariciándole la cabeza. Vámonos a casa. Subimos a la camioneta. El sonido del mar de Cortés llegaba desde lejos y el olor salado y familiar entraba por la ventana. La casa de Miguel ahora se había convertido en el hogar de los dos. La primera cena en casa fue sencilla, pero
cálida.
Cociné tacos, el plato favorito de Diego con carne molida y salsa de tomate hecha en casa. Diego puso con cuidado su peluche junto al portarretratos de Miguel en la repisa. ¿Luego me miró con timidez y preguntó Cree que el tío Miguel me hubiera querido? Sonreí y puse mi mano sobre su hombro. Claro