Hija de banquero. Desapareció en gala benéfica en Monterrey en 1999, 7 años después mesero haya esto. -DIUY

Abrí otras aplicaciones de mensajería y por suerte logré recuperar algunas conversaciones en un grupo de chat. Valeria mandó la foto de una bolsa Louis Vuitton junto al mensaje. Acabo de comprarme ésta con dinero de Miguel. Ese tipo no va a vivir mucho más. Ni modo. Lo leí una y otra vez y cada

palabra era como un cuchillo en el corazón. Valeria no sólo lo estaba aprovechando, sino que veía la muerte de mi hijo como una oportunidad.
Seguí revisando el correo de Miguel, usando la contraseña que él usaba en nuestras cuentas compartidas. Por suerte pude entrar en la carpeta de enviados. Encontré un correo de reserva para un crucero enviado desde la cuenta de Miguel a una empresa de eventos. La nota me dejó helada. Usa la tarjeta

de Valentina. Ella no va a salir de la base por mucho tiempo. Y si vuelve, tendrá que avisar.
Me dejé caer en la silla con la cabeza entre las manos. Valeria no sólo le quitaba dinero, también planeaba todo sabiendo que yo estaba lejos y no podía supervisar nada. Había aprovechado mi ausencia y la confianza de Miguel para montarse una vida de lujos sobre el dolor de mi hijo.

¿Ese mediodía llevé toda la información a la oficina de Javier Ortega, Valentina, Qué conseguiste? Me preguntó con seriedad. Puse la caja sobre la mesa y saqué los documentos y los discos. Aquí está todo. Facturas, estados de cuenta, mensajes, correos. Valeria sacó dinero de la cuenta de Miguel

para gastarlo. Incluso cuando él estaba en el hospital. Javier revisó algunos papeles y asintió.
Esto es suficiente ilegal para usar como prueba financiera. ¿Quieres ir más allá? Asentí con la voz firme. Quiero que pague Javier, no solo por el dinero, sino por lo que le hizo a Miguel. Me puso una mano en el hombro con una mirada llena de empatía. Te voy a guiar para presentar esto en el

juzgado, pero vas a necesitar un buen abogado antes de salir de la base.
Llamé a Armando Ruiz, un abogado que Javier me recomendó, especialista en casos de abuso financiero familiar. Señora Valentina. ¿Puedo verla mañana por la mañana? Dijo Armando por teléfono con una voz grave y segura. Traiga todas las pruebas. Las revisaremos con cuidado. Acepté, sintiendo que por

fin encontraba un aliado en esta lucha. Gracias respondí y colgué.
Me sentía un poco más ligera, aunque el dolor seguía ahí clavado. Esa noche volví a la casa de Miguel. Cerré con llave. El viento del mar golpeaba fuerte en la ventana, trayendo el sonido de las olas. Pero dentro de mí había un silencio filoso. Me senté en la sala. Puse todos los documentos sellados

sobre la mesa.
Al lado estaba el reloj de bolsillo de mi padre, con la luz de la lámpara reflejándose en su cristal desgastado. Lo acaricié suavemente y susurré Miguel. Mamá no va a dejar que te vayas en vano. En mi mente, cada paso siguiente estaba claro. Valeria se equivocó al pensar que yo la dejaría tranquila.

Estaba lista, no sólo por justicia, sino por el amor a mi hijo, algo que nadie, ni siquiera ella, podía quitarme.
Temprano en la mañana caminé hacia el centro de la Paz, donde la oficina de Armando Ruiz estaba discreta, entre edificios bajos. El aire fresco de la mañana contrastaba con el peso en mi pecho que cargaba tanto la pérdida de Miguel como la rabia hacia Valeria. Con la caja de expediente bien sujeta

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