Hay una verdad especial en las leyendas de los pueblos: lo que sucede por casualidad…

Con un título de agrónomo en la mano y tanta pasión en el corazón que estaba listo para mover montañas. La granja colectiva me esperaba: un nuevo especialista. Mis padres esperaban: su único hijo. Todos en el barrio conocían a Viktor Krutov: un chico guapo y trabajador, sin malos hábitos. Y su rostro no tenía la misma expresión de cansancio que ahora.

La vida se extendía ante mí, abierta como un campo después de la cosecha.

Solo tenía que seguir adelante.

Y así lo hice.

Y me enamoré.

A primera vista. De Lena: esbelta, brillante, ágil como una brisa de verano. En esos ojos que miraban profundamente y con una sinceridad casi dolorosa. En esa sonrisa que aparecía rara vez, pero que me llenaba de una calidez dolorosa.

La vi y me olvidé de respirar.

Como si el mundo entero se hubiera vuelto más silencioso.

Lena era aún muy joven, solo un poco menor que yo. La llamaban “marimacho”: vestía vaqueros, llevaba coleta, reía a carcajadas y a veces era descarada. Pero cuando ella guardaba silencio, había algo en ese silencio que me revolvía las entrañas.

Decidí:

Ella. Solo ella.

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