Y solo ahora lo entiendo: el destino nunca olvida, el destino nunca perdona, el destino siempre devuelve todo a su lugar. A veces con crueldad. A veces en silencio. Pero siempre, inevitablemente.
Esta es la historia de cómo un error fortuito arruinó la vida no solo de mí, sino de todos los involucrados.
Y cómo, años después, vi cómo el destino les pagó.
Desarrollo
1. Un día caluroso, un pueblo perdido
2005.
Nuestro pequeño pueblo sería imposible de encontrar en un mapa si no fuera por la vieja iglesia, que sobresalía en una colina como un faro olvidado. Nada especial: unas pocas docenas de casas, un camino de tierra que se convertía en un río de lodo en primavera, dos tiendas, un club, una caseta de paramédicos.
El verano abrasó todo ser viviente. El polvo se levantaba a cada paso, adherido a sus pies, ropa y cabello. La gente se escondía a la sombra como animales. Pero hacía fresco bajo el abedul centenario. Había un viejo cenador, de esos que construyen los abuelos y luego pintan durante décadas para que no se desmoronara.