“Fui su criada durante 10 años, pero el día que mi sangre salvó la vida de su hija, finalmente me preguntaron mi nombre”.
Y la mujer que me la había quitado… era la misma que me había tenido como sirvienta bajo su techo durante 10 años.
Pero eso no era todo.
La carta tenía algo más: una fotografía arrugada de un bebé con una marca de nacimiento en el hombro izquierdo. Una pequeña media luna.
Camila la tenía.
💔 Parte 4: “Fui su criada durante 10 años, pero el día que mi sangre salvó la vida de su hija, finalmente me preguntaron mi nombre”
Ese día en el hospital, cuando escuché a la doctora decir que mi sangre había sido compatible, me sentí… humana por primera vez. No como “la chica del uniforme gris” ni “la muchacha que limpia los baños”. Sino como alguien que tenía valor. Alguien que importaba.
—¿Estás segura de que quieres donar? —me preguntó la doctora—. Esto no es obligatorio.
Miré a la niña detrás del cristal. Alma. Conectada a tubos, su rostro hinchado, pálido. Y pensé: Esa niña ha crecido mirándome como un mueble. Pero no tiene la culpa de cómo la criaron.
Asentí.
La operación fue un éxito. Alma sobrevivió gracias a la transfusión directa. Pero lo que vino después fue aún más extraño.
La señora Miranda, la madre, me esperó en el pasillo. Con los ojos hinchados y sin maquillaje. Era la primera vez que la veía tan… rota.
—¿Cómo te llamas? —me preguntó en voz baja.
Silencio.
—¿Cómo te llamas realmente?
—Me llamo Ayelén —respondí.
Ella parpadeó, como si fuera la primera vez que me veía de verdad.
—Gracias, Ayelén.
Después de aquello, todo cambió. Pero no como en las películas.
Me dejaron descansar una semana, pagaron mis días de ausencia… y me compraron un nuevo uniforme. Nada de aumentos. Nada de regalos. Solo… una extraña cordialidad, como si ahora mereciera un “buenos días”.
Pero también noté algo más.