EXPULSADA A LOS 13 AÑOS POR ESTAR EMBARAZADA, REGRESÓ AÑOS DESPUÉS PARA SORPRENDER A TODOS…

¡Váyanse! ¡Llamaré a la policía! —Adelante —dijo Carlos con sorna—. ¿Pero creen que la policía les va a creer? ¿Una chica como ustedes, sin hogar ni familia? Sophia no pudo responder. Se quedó paralizada, temblando de miedo y rabia. En ese momento, una voz familiar resonó desde la puerta. —¡Salgan de aquí inmediatamente! —Apareció Margaret con una escoba en la mano, con la mirada fija en Carlos y sus amigos. Carlos sonrió con sorna—. Bien. Pero recuerden esto, señora: su panadería no estará a salvo mucho tiempo. Se fue, pero sus amenazas quedaron en el aire, ahondando la desesperación de Sophia.

Tras ahuyentar a los chicos, Margaret se sentó junto a Sophia, con los ojos llenos de compasión. Pero Sophia mantuvo la cabeza gacha, agarrándose el estómago y susurrando: «No sé cómo puedo seguir adelante…». «Debes seguir adelante, Sophia», dijo Margaret con firmeza. «No vives solo para ti. Vives para la niña que llevas dentro. No dejes que te gane». Pero en el fondo, Sophia sentía que todo se le escapaba de las manos. No sabía cuánto más podría soportar.

Sophia se despertó tras una noche llena de pesadillas. Aunque la pequeña panadería de Margaret era cálida y acogedora, la sensación de seguridad que brindaba se iba erosionando poco a poco bajo el peso de las miradas hostiles y los chismes crueles del vecindario. “Sophia, tómate el día libre. No salgas”, dijo Margaret mientras preparaba la masa para el pan. Había notado que Sophia se retraía cada vez más, sus ojos reflejaban constantemente preocupación y miedo. “No puedo… quedarme quieta, Ba. Necesito hacer algo para ayudarte”, murmuró Sophia, jugueteando con un paño de limpieza.

Pero en el fondo, le aterraba salir y enfrentarse al mundo lleno de miradas despectivas. “Tontita, no te preocupes por mí. Primero tienes que cuidarte”, dijo Margaret con tono amable pero firme. Aun así, Sophia estaba decidida. Esa tarde, mientras hacía recados para comprar algunas provisiones para Margaret, Sophia se encontró con Isabella, una mujer de mediana edad que vendía verduras en el mercado de la esquina. Isabella era conocida por causar problemas y chismear. “Bueno, Sophia, ¿sigues aquí, eh?”, dijo Isabella con sarcasmo al ver a Sophia acercarse vacilante a su puesto.

—Solo quiero comprar verduras —dijo Sophia en voz baja, evitando la mirada de Isabella—. ¿Aún te atreves a aparecer por aquí? Pensé que ya habrías desaparecido —continuó Isabella con un tono despectivo. La gente a su alrededor empezó a notarlo, con la mirada curiosa fija en Sophia—. No quiero causar problemas. Solo necesito algunas cosas —retrocedió Sophia, intentando evitar las dagas del juicio que se le clavaban en el alma—. ¿Crees que no estás causando problemas con esa barriga?

¡Has deshonrado a todo este vecindario! —espetó Isabella, con la voz tan alta que todos la oyeron—. No digas eso… Solo quiero vivir en paz —dijo Sophia con voz temblorosa. Pero su súplica solo pareció enfurecer aún más a Isabella—. ¿Paz? ¿Alguien como tú quiere paz? ¡Solo eres una niña que no pudo controlarse, y ahora esperas que todos los demás carguen con la vergüenza que traes! —gritó Isabella, provocando risas y burlas de la multitud que la rodeaba. Sophia no pudo soportarlo más.

Se dio la vuelta y echó a correr, dejando atrás las burlas y las risas. Cada paso se sentía más pesado, como si cargara con el peso del desprecio del mundo. Esa noche, mientras Sophia limpiaba la panadería, la puerta se abrió de repente. Tres hombres desconocidos entraron, con rostros amenazadores. Sophia reconoció de inmediato a uno de ellos: Carlos, quien la había amenazado antes. “¿Dónde está Margaret?”, preguntó Carlos con voz fría. “No está”, dijo Sophia, intentando mantener la compostura. Carlos sonrió con suficiencia. “Bien. Entonces hablaremos contigo”. Se acercó a Sophia con una mirada amenazadora.

¿Crees que puedes vivir aquí tranquilamente? Ya te dijimos que este lugar no te recibe. —Por favor… solo quiero trabajar. No quiero causar problemas —dijo Sophia con voz suplicante—. ¿Problemas? ¡Eres un problema! Desde que llegaste, este barrio ha estado lleno de rumores. ¡Hemos perdido clientes porque esta panadería te ha dado refugio! —gritó Carlos, dando un golpe en el mostrador. Sophia se estremeció y retrocedió asustada. Los dos hombres que lo acompañaban empezaron a tirar todo lo que había sobre el mostrador al suelo.

El pan recién horneado se cayó y se desmoronó. La harina y los ingredientes se derramaron por todas partes. “¡Para! ¡Por favor, no hagas esto!”, gritó Sofía, con lágrimas en los ojos. Pero Carlos solo rió. “Esta es tu lección. Sal de aquí antes de que las cosas empeoren”. Él y sus compañeros se marcharon, dejando a Sofía entre los escombros. Se desplomó en el suelo, recogiendo con manos temblorosas los trozos de pan roto mientras las lágrimas corrían por sus mejillas. Cuando Margaret regresó, se horrorizó al ver el estado de la panadería.

“¿Qué pasó aquí?” “Yo… no puedo quedarme más aquí, Ba”, dijo Sophia, con la voz entrecortada por las lágrimas. “Solo te traigo problemas”. Margaret la sujetó con fuerza por los hombros, con los ojos llenos de determinación. “No te irás a ninguna parte. Saldremos de esto juntas”. Sophia sabía en el fondo que Margaret estaba cada vez más agotada. Y ya no soportaba la sensación de ser una carga. Dos días después, Margaret recibió una notificación del casero. La panadería sería embargada si no pagaba el alquiler atrasado en una semana.

Intentó ocultarle su preocupación a Sophia, pero la tristeza en sus ojos era imposible de disimular. “Me voy, Ba”, dijo Sophia, con lágrimas en los ojos. “Si no estoy aquí, quizá la gente te deje en paz”. “No te irás a ninguna parte, Sophia”, dijo Margaret con firmeza. “Te lo he dicho, este es tu hogar”. Pero Sophia sabía que su presencia había arruinado todo lo bueno que Margaret tenía. Esa noche, cuando todo quedó en silencio, Sophia miró al techo, con el corazón apesadumbrado. “Tengo que irme… por ella”.

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