“¡Estoy demasiado vieja para esto…! Pero el joven vaquero SE QUEDÓ TODA LA NOCHE”…

Elena lo sentó en una mesa y le sirvió un tequila fuerte mientras vendaba la herida con trapos limpios. “Carajo! Duele como el demonio”, gruñó él, pero sus ojos no dejaban de clavarse en ella, en su cabello negro recogido en un moño suelto, en las curvas que el tiempo no había borrado del todo. “Eres hermosa, señora, como una rosa en medio de este infierno.” Elena se ríó amargamente. Hermosa para una viuda vieja como yo. “¿Qué haces aquí? De verdad, no pareces un simple vaquero.

Jack bebió un sorbo y su rostro se ensombreció. Robé un banco en el paso. Maté a dos guardias en la huida. Los Rangers me pisan los talones. Cruzaron la frontera ilegalmente. Si me atrapan, me cuelgan sin juicio. Las palabras cayeron como plomo. Elena sintió un escalofrío. Había oído historias de robos sangrientos, de pistoleros que dejaban pueblos enteros en ruinas y ahora tenía a uno en su celú. Pero algo en su mirada, una vulnerabilidad oculta, la hizo dudar.

“Debería entregarte yo misma”, dijo, pero no se movió. La noche cayó como un manto negro y el viento hullaba fuera trayendo ecos de coyotes y quizás de jinetes lejanos. Jack contó su historia entre sorbos. Huérfano de un rancho quemado por indios apaches. Se unió a una banda de forajidos liderada por el temido el rojo. Pero en el último asalto algo salió mal. Maté a mi propio jefe cuando intentó humillar a una mujer en el banco. Era inocente, igual que tú.

Elena lo escuchaba hipnotizada. Hacía años que no sentía el calor de una conversación real, no desde que Pedro la dejaba sola noches enteras persiguiendo sueños de oro en las minas. Jack se acercó, su mano rozando la de ella. Quédate conmigo esta noche solo para vigilar la puerta. Estoy demasiado vieja para esto, susurró ella, el pulso acelerado, pero el joven cowboy no se fue. En cambio, la besó con una pasión que la dejó sin aliento, como si el desierto entero ardiera en sus labios.

Elena se resistió al principio pensando en las arrugas en los años perdidos, pero el fuego en sus venas la traicionó. Subieron a la habitación de arriba, donde la cama crujía bajo el peso de secretos compartidos. Fuera el viento traía sonidos sospechosos, cascos lejanos, voces ahogadas. Eran los Rangers o algo peor. Al amanecer, un golpe en la puerta los despertó. Elena saltó de la cama rifle en mano mientras Jack se vestía a prisa. “Abre, viuda. Sabemos que lo tienes ahí”, gritó una voz ronca desde afuera.

Eran tres hombres con estrellas de serf falsas pind en el pecho, pero sus ojos eran los de lobos hambrientos. Somos cazarecompensas. Entrega al chico y te dejamos vivir. Jack maldijo en voz baja. No son rangers, son de la banda del rojo. Vienen por venganza y por el oro que robé. Elena sintió el mundo girar. Había creído en él. se había entregado y ahora la muerte llamaba a su puerta. “Vete por la ventana trasera”, le urgió, pero Jack negó con la cabeza.

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