
El sarampión es una infección viral altamente contagiosa, que se caracteriza por una infección cutánea específica que se presenta como una erupción roja. Afecta el sistema respiratorio y puede causar complicaciones graves e incluso la muerte. Los síntomas atribuidos al sarampión incluyen una erupción roja generalizada, tos, fiebre y manchas de Koplik (manchas blancas) en el interior de la boca. Una vez que una persona se infecta, el virus del sarampión se incuba durante 14 días, y los síntomas aparecen aproximadamente dos semanas después. Esto hace que el sarampión sea cada vez más difícil de contener una vez que se produce un brote.
Afortunadamente, los esfuerzos mundiales de vacunación han logrado una disminución sustancial de los casos en todo el mundo. La inmunización con la vacuna es de por vida, lo que mitiga el riesgo de futuras infecciones. Sin embargo, el sarampión aún existe y se transmite hoy en día. En 2021, la OMS informó que aproximadamente 128.000 personas murieron a causa del sarampión, la mayoría de los casos correspondieron a niños menores de 5 años no vacunados. Las poblaciones más vulnerables a contraer sarampión incluyen niños, embarazadas y personas inmunodeprimidas. Sin embargo, cualquier persona puede contraer sarampión.
El sarampión y sus síntomas

El contagio del sarampión afecta de forma desproporcionada a los niños, con neumonía en hasta 1 de cada 20 casos, a pesar de que la tasa de mortalidad general se mantiene entre el 0,1% y el 0,2%. Si bien los antiinflamatorios comunes, la hidratación y el descanso controlan los síntomas, el sarampión, al igual que otras enfermedades virales, no tiene cura y los antibióticos resultan ineficaces. Las muertes por sarampión también son mayores en los países en desarrollo. El sarampión se presenta con un conjunto de síntomas distintivos. El diagnóstico temprano es crucial para un tratamiento oportuno y la prevención de complicaciones.