Helen detuvo sus pasos. Algo se le heló en la sangre.
—Lucas, dime la verdad —dijo, con un tono que era mitad miedo, mitad exigencia—. ¿Qué está sucediendo?
Él negó con la cabeza, con los ojos llenos de un miedo demasiado adulto para sus quince años.
—Si hubieras encendido ese coche, no estaríamos aquí hablando —respondió, finalmente.
Y en ese instante, el viento frío recorrió el garaje vacío detrás de ellos, como confirmando que algo horriblemente real había estado a punto de ocurrir.
La verdad todavía no había sido dicha, pero Helen ya lo sentía con una claridad desgarradora.
Algo —alguien— había querido que ella no llegara al funeral de su propio esposo… con vida.
Mientras caminaban calle abajo, Helen intentaba mantener el paso de Lucas, que avanzaba con una mezcla de urgencia y miedo contenida. El aire frío de la mañana le quemaba los pulmones, pero lo que realmente la asfixiaba era la pregunta que daba vueltas en su cabeza: ¿Quién querría hacerme daño? ¿Y por qué hoy?
Cuando llegaron a una pequeña plaza a unas calles de su casa, Lucas se detuvo por fin. Miró alrededor para asegurarse de que nadie los seguía y luego habló con voz baja.
—Grandma… encontré algo en el garaje esta mañana. Algo que no debería estar ahí.