Me besó mientras el autobús arrancaba, su mano posándose un instante sobre mi vientre aún plano.
—Cuida de nuestro bebé —dijo.
Vi cómo el autobús desaparecía, dejando tras de sí una nube de polvo.
Esa fue la última vez que lo vi.
### La crueldad de los susurros
Cuando mi embarazo empezó a notarse, Thanh llevaba dos meses desaparecido. Envié cartas a la dirección que me había dejado —su tía juraba que era correcta— pero nunca recibí respuesta.
El pueblo empezó a murmurar.
—Hanh está cada vez más grande…
—Sigue sin marido. —Seguro que algún tipo de la ciudad la usó y se la llevó.
Al principio, mantuve la frente en alto. Mis padres me creyeron cuando les dije que Thanh volvería, que tenía que haber una explicación.
Pero a medida que mi vientre crecía, incluso la fe de mi padre flaqueó.
—Quizás deberías ir a la ciudad —me dijo—. Búscalo tú misma.
—Ni siquiera sé dónde vive —confesé—. Solo dijo «cerca del centro». Podría ser cualquier parte.
Los murmullos se convirtieron en burlas abiertas en mi sexto mes. En un campo donde cosechaba arroz, pasó un grupo de mujeres:
—¡Desvergonzada! Embarazada y soltera. ¿Qué diría su abuela?