Entre lágrimas, firmó los papeles del divorcio, canceló la prueba de embarazo y se marchó. Seis años después, regresó…

El abogado le pasó el bolígrafo. Era el momento. Clara miró la firma de Diego ya puesta en el documento. Esa caligrafía segura y decidida que conocía también tomó el bolígrafo con mano temblorosa. Fue en ese momento cuando la puerta del despacho se abrió. Lucía entró con una sonrisa, trayendo café. No para todos, solo para Diego, se inclinó hacia él susurando algo, la mano rozando su hombro en un gesto de intimidad que atravesaba a Clara como un cuchillo.

Diego sonríó a Lucía, esa sonrisa que una vez había sido solo de Clara. Luego se dirigió al abogado con impaciencia, diciendo que tenía una reunión importante en una hora y debían apurarse. Algo dentro de Clara se rompió en ese momento. Toda la tristeza, todo el dolor, toda la esperanza que aún había llevado consigo a ese despacho, todo se desvaneció. Solo quedó rabia. Tabia hacia Diego por haber destruido lo que tenían, clavia hacia sí misma por haber amado a un hombre que la había hecho invisible.

Trabia hacia el bebé dentro de ella por llegar demasiado tarde. Firmó un gesto decidido, casi violento. Luego abrió el bolso y sacó la prueba de embarazo. La puso sobre la mesa delante de Diego bajo los ojos sorprendidos del abogado y de Lucía. Diego la miró confundido. Luego comprendió. Sus ojos se abrieron, la boca se abrió para decir algo, pero antes de que pudiera hablar, Clara tomó la prueba y la rompió. La rompió en pequeños pedazos, dejándolos caos sobre la mesa como confeti blanco y rosa.

Luego se levantó, tomó su copia de los documentos y caminó hacia la puerta. La voz de Diego la alcanzó mientras salía, llamando su nombre con un tono que no había oído en meses, urgente, casi desesperado. Pero Clara no se giró. Atravesó la recepción, bajó las escaleras, salió a la lluvia de Madrid. Caminó durante horas bajo la lluvia sin paraguas sin destino. Las lágrimas se mezclaban con el agua en su rostro. Había perdido todo en un día. El marido, la familia que podría haber tenido, los sueños de una vida juntos.

Pero mientras caminaba, mientras la lluvia la empapaba hasta los huesos, Clara tomó una decisión. Tendría al bebé. lo criaría sola, lejos de Diego, lejos de Madrid, lejos de todo lo que le recordaba el fracaso de su matrimonio. No sabía aún cómo lo haría, dónde iría, cómo manejaría todo sola. Pero sabía una cosa con certeza absoluta. Ese bebé sería amado, protegido, feliz, aunque ella no lo fuera. Clara se mudó a Barcelona tres semanas después del divorcio. Su madre vivía allí en un apartamento modesto en el barrio del Rabal.

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