Entre lágrimas, firmó los papeles del divorcio, canceló la prueba de embarazo y se marchó. Seis años después, regresó…

Se habían conocido en una fiesta, se habían enamorado en dos semanas, casado en 6 meses, había sido un torbellino romántico, apasionado, casi irreal, pero la realidad había llegado pronto. Diego trabajaba 16 horas al día obsesionado con la carrera, con el ascenso, con el éxito. Plano lo esperaba en casa con cenas que se enfriaban, con palabras no dichas, con un vacío que crecía cada día. habían dejado de hablar, luego de reír, luego de tocarse y luego tres meses antes, Clara había encontrado los mensajes.

Cientos de mensajes con Lucía, la nueva secretaria de su departamento. 25 años rubia, ambición en los ojos. Las palabras eran explícitas, crudas, dolorosas. Diego ni siquiera lo negó cuando ella lo confrontó. Solo dijo con esa voz distante que ahora usaba siempre con ella. que su matrimonio había terminado hacía tiempo y que era hora de admitirlo. El abogado Martínez comenzó a leer los términos del divorcio. Clar apenas escuchaba. Las palabras se deslizaban sobre ella como agua. Pensaba en la prueba de embarazo que había hecho esa misma mañana, escondida en el baño de un café cerca de la oficina.

Dos líneas rosas embarazada. dos semanas de retraso que había atribuido al estrés, a la depresión, al dolor, pero no era una vida, una vida creciendo mientras ella firmaba los papeles para destruir su familia. No le había dicho nada a Diego. ¿Cómo podía? Ella había seguido adelante ya con otra mujer ya en una vida nueva donde no había espacio para ella y un bebé. Sería solo otro obstáculo, otra complicación, otro motivo por el que él la miraría con esa mezcla de fastidio y obligación.

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