En la reunión familiar, me quedé atónito al ver a mi nieta con la cabeza completamente rapada. Mi nuera le restó importancia, riendo, diciendo que era “solo por diversión”. No pude aceptarlo y me llevé a mi nieta a casa. Mi hijo me acusó después de exagerar, pero a la mañana siguiente su voz había cambiado; suplicó: “Por favor… que mi esposa se explique”.

PARTE 2: Daniel llegó a mi casa esa misma tarde. Venía solo, con el rostro agotado y los hombros vencidos como si cargara un peso que no había podido confesar. Yo estaba sentada en la mesa de la cocina, con una taza de café frío entre las manos. La niña jugaba en su habitación, ajena al torbellino que comenzaba a formarse a su alrededor.
Cuando mi hijo entró, no supe si abrazarlo o reprocharle algo. Aún estaba herida, confundida, indignada.
—Andrea me pidió que viniera primero yo —dijo él, sin siquiera quitarse la chaqueta—. Ella vendrá después, pero quería que entendieras algunas cosas antes.
—Muy bien —contesté, manteniendo la voz firme—. Explícame entonces. Porque lo de ayer no tiene justificación.
Daniel se sentó frente a mí y pasó ambas manos por su cara.
—Mamá, Andrea… está pasando por algo complicado. Muy complicado. Y no ha sabido cómo manejarlo.
Me crucé de brazos.

Leave a Comment