En la reunión familiar, me quedé atónito al ver a mi nieta con la cabeza completamente rapada. Mi nuera le restó importancia, riendo, diciendo que era “solo por diversión”. No pude aceptarlo y me llevé a mi nieta a casa. Mi hijo me acusó después de exagerar, pero a la mañana siguiente su voz había cambiado; suplicó: “Por favor… que mi esposa se explique”.

—¿Complicado cómo? ¿Complicado al punto de rapar a una niña sin permiso?
Mi hijo me miró con una mezcla de tristeza y frustración.
—No fue por diversión. No fue una moda. Andrea… hace un mes le diagnosticaron alopecia areata. Una forma agresiva. Ha estado perdiendo mechones enteros de cabello.
Se detuvo, buscando palabras.
—Está aterrada, mamá. Lo oculta. Hasta de mí.
Mi corazón dio un vuelco.
—¿Alopecia? Pero si yo la vi ayer… se veía normal.
—Se pone pañuelos, peinados elaborados. Está usando fibras capilares para cubrir los huecos. Se desespera cada mañana frente al espejo… —la voz se le quebró—. Y no quería que nadie lo supiera. Mucho menos tú.
Mi respiración se volvió pesada.
—¿Y qué tiene eso que ver con mi nieta?
Daniel cerró los ojos.

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