En la noche de bodas, mi suegro me deslizó en la palma de la mano un sobre con 5.000 dólares y susurró: «Si quieres seguir con vida, vete ahora mismo». Me quedé paralizada, como si el suelo se hubiera derrumbado bajo mis pies……

Respiré hondo.

—Sí… ya salgo —respondí, aunque la verdad es que no quería salir.

Me miré al espejo. Yo, con el maquillaje corrido, el peinado deshecho, y en medio de la noche que debía ser la más feliz de mi vida… sintiéndome como una extraña atrapada en una casa ajena.

Tenía dos opciones:
confiar o huir.

Y ninguna era segura.

Cuando salí del baño, Daniel ya estaba acostado, con el brazo extendido hacia mí, como invitándome a acercarme. Su gesto cálido contrastaba con el nudo helado en mi estómago.

—Ven —me dijo con ternura.

Me acosté a su lado, rígida, intentando ocultar mi tensión. Él me abrazó, apoyó su cabeza en mi hombro y murmuró:

—Ha sido un día largo. Te amo.

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