En la noche de bodas, mi suegro me deslizó en la palma de la mano un sobre con 5.000 dólares y susurró: «Si quieres seguir con vida, vete ahora mismo». Me quedé paralizada, como si el suelo se hubiera derrumbado bajo mis pies……

¿Debo confiar en él, o debo huir antes del amanecer?..”

Cuando entramos en la habitación, Daniel dejó caer su chaqueta sobre una silla y empezó a desabotonarse la camisa. Yo lo observaba en silencio, intentando descifrar cualquier gesto extraño, cualquier sombra oculta que pudiera justificar aquella advertencia.
Pero él parecía… normal. Tranquilo. Incluso feliz.

—Amor, ¿quieres que te ayude con el vestido? —preguntó con una sonrisa cansada.

Asentí. No confiaba en mi propia voz.

Mientras sentía sus manos en mi espalda, deshaciendo los botones, un nudo de angustia se me instaló en el pecho. Cada roce me hacía preguntarme si de verdad conocía a aquel hombre. Si su familia ocultaba algo. Si su padre se había vuelto loco… o si era el único cuerdo en esa casa.

Cuando por fin me liberó del vestido, fui al baño con el corazón latiendo con violencia. Cerré la puerta con seguro y me apoyé en el lavamanos, intentando recuperar el aliento.

Saqué el sobre del bolsillo y volví a contar los billetes. Estaban intactos. Reales.
Mi suegro no estaba jugando.

—¿Mi amor? —la voz de Daniel sonó desde afuera, suave, paciente—. ¿Estás bien? Te tardas un poco.

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