Pero en cuanto la patrona desapareció por el pasillo, la expresión de la empleada cambió por completo. Sus ojos, antes sumisos, ahora cargaban un brillo de desprecio y sus labios se curvaron en una sonrisa irónica. Con la voz impregnada de veneno, murmuró, “Voy a traerte un perfume. Sé que te gusta.” “Ah, por favor, pava insoportable.” Aquellas palabras sonaron como un desahogo reprimido. Enseguida, con pasos firmes, entró en el cuarto del matrimonio sin siquiera golpear la puerta. El ruido repentino asustó a Diego, que retrocedió al verla irrumpir de esa forma.
Valeria, exclamó sorprendido. La empleada le lanzó una mirada cargada de ironía, levantando la mano con la camiseta. Vine a traerle su camiseta. Patroncito. La planché para usted, ya que va a salir hoy. Sin cuidado alguno, arrojó la prenda sobre la cama, dejando traslucir su rabia. Diego, percibiendo la tensión que emanaba de ella, rápidamente se acercó y cerró la puerta con cautela, asegurándose de que Mariela no apareciera de repente. ¿Qué pasa?, preguntó en voz baja. Valeria se sentó al borde de la cama.
Sus hombros estaban pesados y su respiración agitada. Después de un profundo suspiro, desahogó. ¿Qué pasa? Lo que pasa es que estoy cansada, Diego, o mejor dicho, exhausta. Él, aún de pie junto a la puerta, arqueó las cejas como si ya supiera el origen de aquella explosión. Ya sé, estás molesta porque voy a salir con Enrique y Mariela. Cariño, ¿sabes que no tenía cómo decir que no? Ella bufó con desprecio, cruzando los brazos. Nunca puedes decir que no, Diego, nunca.
Ya no tengo un momento a solas contigo. Estoy empezando a creer que desiste. Y vas a mantener ese matrimonio para siempre. El padrastro de Enrique cerró los ojos por un instante intentando controlar su tono. Luego preguntó con voz seria, “¿Dónde está Mariela ahora?” Valeria respondió con burla, sin disimular la irritación. Está en la oficina. Dijo que se quedaría un rato allí hasta más tarde cuando la familia feliz salga a disfrutar del centro comercial. Diego respiró hondo intentando apaciguar la tensión.
Dio algunos pasos hasta la cama y con delicadeza ensayada pasó la mano por el rostro de la joven. Amor mío, deja esos celos tontos. Tú sabes que solo tengo ojos para ti. Mariela solo sirve de escalera para conseguir todo lo que queremos. Pero Valeria no se dejó convencer. se levantó de golpe, apartando la mano de él, y con la voz cargada de impaciencia replicó, “No, yo no lo sé. Nunca fue el plan quedarte tanto tiempo casado. Dijiste que te encargarías de la imbécil de Mariela enseguida, igual que mandamos al padre y al exmarido de ella al infierno, pero hasta ahora nada.
” Fue en ese instante que la verdadera cara de ambos se reveló. Las máscaras de lealtad y servidumbre cayeron, exponiendo la podredumbre que unía a aquella pareja de amantes. Diego dejó escapar una sonrisa fría, casi demoníaca, y respondió, “Lo que más quiero es mandar a esa estúpida al ataúd y quedarme con toda la fortuna. Pero, ¿qué pasa? Todo va para el mocoso. No estamos casados en sociedad de bienes. Tenemos un contrato que si nos separamos o ella muere, yo no me quedo con nada.