Si hubiera podido usar mi brazo, quizá le habría quitado esa mano de un manotazo, pero me limité a retirarme un poco.
A los treinta minutos, justo cuando mi suegra estaba comenzando otro monólogo sobre cómo una esposa debe “respetar la autoridad del hombre”, el timbre sonó. Un golpe seco, contundente, que hizo que todos se callaran.
Jason se levantó molesto.
—¿Quién demonios viene a esta hora?
Abrió la puerta… y su rostro perdió todo el color.
—¿Jason Miller? Tenemos una orden.
Detrás de los agentes apareció mi abogada, traje elegante, carpeta en mano.
—Buenas noches. Ahora veremos quién realmente manda en esta casa.