Alevtina se quedó inmóvil. Lágrimas rodaron por sus mejillas.
La cabina se llenó de silencio, que luego fue roto por aplausos y sonrisas entre lágrimas.
Cuando el avión aterrizó, el comandante rompió el protocolo: salió apresuradamente de la cabina y, sin ocultar las lágrimas, corrió hacia Alevtina.
La abrazó con fuerza, como si quisiera recuperar todos los años perdidos.
—Gracias, mamá, por todo lo que has hecho por mí —susurró, abrazándola.
Alevtina lloraba en sus brazos: