Mateo, humillado, intentó acercarse y disculparse, pero Adrián levantó una mano, deteniéndolo.
—El respeto hacia una madre no se negocia —dijo con severidad—. Se practica.
Aquel momento fue solo el principio. Lo que vino después desmoronó aún más certezas… y expuso verdades que nadie esperaba enfrentar.
Tras el discurso, me llevaron a una mesa adelante, casi obligada por los aplausos. Yo quería pasar desapercibida, pero ya era demasiado tarde. Adrián se sentó a mi lado, como si ese fuera su lugar natural desde siempre.
Mateo, en cambio, desapareció por casi media hora. Cuando volvió, tenía el rostro tenso, como quien digiere una mala noticia. Clara venía detrás, seria, sin tocarlo.
Durante el baile de los recién casados, Clara se acercó a mí.
—Isabel… ¿puedo hablar con usted un momento?
Me sorprendió su tono: no era altivo, sino preocupado.
Nos apartamos hacia un rincón del salón.
—No sabía que Mateo había reservado la última fila para usted. Yo pensé que estaba con mi familia al frente —confesó—. Y tampoco sabía que trabaja administrando un edificio de Vega.
Me quedé quieta.