En la boda de mi hijo, me sentó en la última fila, avergonzado de mi vida humilde… sin imaginar que el multimillonario a mi lado era el amor de mi vida y ahora dueño del edificio de su suegro. Al final de la recepción, ocurrió algo que nadie esperaba.

—¿El edificio de la calle Moreno? —preguntó.
Asentí.
—Lo compré hace dos meses. Es uno de mis proyectos nuevos.

Me quedé muda. El mundo, de pronto, parecía más pequeño de lo que había pensado.

Mateo, mientras tanto, no dejaba de lanzar miradas nerviosas hacia nuestra mesa. Y no porque estuviera preocupado por mí, sino porque había reconocido a Adrián. No como mi antiguo amor, claro. Sino como Adrián Vega: empresario influyente, dueño de media ciudad.

A cada minuto que pasaba, me daba cuenta de que mi hijo se avergonzaba de mí, pero al mismo tiempo dependía, sin saberlo, del hombre que yo había amado y que ahora estaba sentado humildemente a mi lado.

Lo que ocurrió al final de la recepción… nadie lo vio venir. Y cambió la vida de todos los que estaban allí.

Cuando terminó el almuerzo, los invitados comenzaron a levantarse, algunos para bailar, otros para conversar en los jardines. Mateo se acercó finalmente a mí, con Clara pisándole los talones. Su sonrisa era rígida, ensayada.

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