En la boda de mi hijo, me sentó en la última fila, avergonzado de mi vida humilde… sin imaginar que el multimillonario a mi lado era el amor de mi vida y ahora dueño del edificio de su suegro. Al final de la recepción, ocurrió algo que nadie esperaba.

Nunca imaginé que el día de la boda de mi hijo Mateo terminaría siendo un espejo que revelaría tantas verdades ocultas. Yo había llegado temprano, con el vestido más formal que mi bolsillo podía permitirse. Había trabajado toda mi vida como costurera, y aunque nunca me faltó lo básico, nunca pude ofrecerle a mi hijo los lujos que veía en las familias de sus amigos. Aun así, siempre pensé que me respetaba… hasta ese día.

Cuando entré al salón del banquete, me indicaron la última fila. No entendí. Pensé que era un error. Pero al ver el gesto incómodo de Mateo, comprendí que no lo era.
—Mamá… es que las mesas de adelante son para la familia de Clara —murmuró sin mirarme a los ojos.
Sentí cómo una aguja invisible me atravesaba el pecho. Yo, su única familia, relegada al fondo como si fuera una invitada secundaria.

Me senté en silencio. No quería causar una escena. A mi lado, un hombre elegante, de cabello plateado y traje impecable, hojeaba el programa de la ceremonia. Me sonrió con naturalidad.
—Buenas tardes. Soy Adrián —dijo con una voz profunda y cálida.

Me tomó un segundo reconocerlo. Habían pasado más de veinte años, pero ese brillo en los ojos era inconfundible. Adrián había sido mi primer amor, un joven arquitecto apasionado y generoso, que vivía en un mundo que yo no entendía. Cuando nuestros caminos se separaron, yo pensaba que él se marcharía con otra vida, y así fue. Sin embargo, jamás imaginé cuánto había cambiado su destino.

Charlamos como si el tiempo no hubiera pasado, poniéndonos al día entre susurros mientras la ceremonia avanzaba. Entonces, cuando mencioné que Mateo trabajaba como administrador en un edificio del centro, Adrián arqueó una ceja con sorpresa.

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