La madre abrió su misterioso bolso negro y, para horror de todos, sacó un hacha brillante. El sonido metálico resonó en la sala. Hubo gritos. Algunos corrieron hacia las salidas, temiendo lo peor.
Pero la mujer no atacó a nadie. Se dirigió directamente al ataúd.
Con una fuerza sorprendente, levantó el hacha y la descargó contra la tapa de madera. El estruendo retumbó como un trueno. No fue suficiente. Golpeó una y otra vez, con furia, con rabia, hasta que la tapa empezó a astillarse.
La gente lloraba, gritaba, intentaba detenerla, pero nadie consiguió frenarla a tiempo.
La aterradora revelación
Finalmente, la madera cedió y el ataúd se abrió. Lo que vieron dentro dejó a todos paralizados.
Los detalles exactos siguen siendo un secreto. Algunos testigos aseguran que el cuerpo estaba en un estado demasiado extraño para haber sido causado por un simple accidente. Otros juran que lo que vieron ni siquiera parecía humano.
Lo cierto es que el silencio cubrió la sala. Nadie volvió a contradecir a la madre.
La viuda se desmayó. Los vecinos se persignaron. Y los susurros corrieron: ¿y si la madre tenía razón desde el principio?
