Al llegar a casa, Tomás me esperaba en el salón, nervioso, incapaz de ocultar su desesperación.
—¿Qué está pasando, Alex? ¿Quiénes son esas personas? —preguntó elevando la voz.
Me quité el abrigo con calma.
—Son parte del equipo que mi padre dejó a mi cargo.
Él frunció el ceño.
—¿A tu cargo? ¿Desde cuándo tienes… “equipo”? —dijo, imitando el gesto de comillas con la mano.
—Desde hoy —respondí, dejándole claro que la situación había cambiado.
Pero Tomás no toleraba perder control.
—Tú no puedes administrar una herencia así. No tienes experiencia. Deja que yo maneje esto —dijo acercándose, intentando sonar protector.
—La herencia es mía —respondí con firmeza—. Y ya no necesito que tú manejes nada.
Sus ojos brillaron de furia contenida.