En el cumpleaños de mi padre, mamá murmuró: «Para nosotros, ya no existe». Y justo en ese instante entró mi guardaespaldas

El silencio explotó en miradas horrorizadas, en respiraciones ahogadas, en un coro de incredulidad simultánea. Mi madre se agarró al brazo del asiento como si fuera a desmayarse. Diego abrió la boca y la cerró tres veces, como un pez fuera del agua. Julia dejó escapar un “¿qué?” apenas audible. Marisa parecía fascinada, como si estuviera viendo la escena climática de una serie que llevaba meses siguiendo.

—¿Lidera? —repitió papá, con una mezcla de miedo y desconcierto—. ¿Lidera qué?

Suspiré. Aquella conversación, inevitable desde hacía años, estaba ocurriendo en el peor lugar posible. Pero tal vez eso era lo que necesitaba: que la verdad irrumpiera sin ceremonias.

—Un equipo —respondí.

—¿Qué clase de equipo? —insistió Diego, con el tono arrogante de un abogado acostumbrado a desmontar argumentos—. ¿Marketing? ¿Consultoría? ¿Investigación? Porque, si me permites decirlo, Sofía, tienes un historial bastante pobre en estabilidad laboral.

Él solo sonrió, porque claro, todo era un chiste para Diego. Todo lo que no entendía lo convertía en burla.

—No exactamente —dije.

Mi guardaespaldas permanecía a mi derecha, firme, silencioso, atento. Sentí su presencia como un ancla.

—Soy analista operativa —expliqué finalmente—. En una organización internacional. No puedo darles detalles, pero trabajamos en zonas de conflicto, en operaciones de riesgo, en misiones donde la información es más valiosa que las armas. Y sí —añadí, antes de que alguien pudiera interrumpirme—, mi trabajo implica peligro. Mucho.

Mamá dio un golpe seco sobre la mesa.

—¡¿Y esperas que creamos esa fantasía?! —gritó en un susurro furioso, intentando mantener una fachada de compostura ante el resto del restaurante—. ¿Una organización internacional? ¡Por favor, Sofía! ¿Por qué siempre tienes que dramatizarlo todo?

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