Él, mi guardaespaldas, permaneció de pie detrás de mí, discreto pero imponente. Consciente, por supuesto, de que la familia Herrera podía ser tan peligrosa como cualquier amenaza externa cuando se sentían desafiados.
Respiré hondo.
Tenía dos opciones: mentir, como siempre… o empezar, al fin, a decir la verdad.
Miré a mi madre a los ojos.
—Trabajo en un sector donde mucha gente preferiría que yo no existiera —dije despacio—. Y no, no es un hobby. Ni un capricho. Ni una fase.
Los ojos de Julia se abrieron como platos. Marisa dejó caer el pintalabios sobre el mantel.
Papá habló con un hilo de voz:
—¿Sofía… en qué estás metida?
Podía sentir la tensión en el aire, la incredulidad, el miedo disfrazado de indignación.
Y justo entonces, mi guardaespaldas dio un paso adelante.
—Señor Herrera —dijo, dirigiéndose únicamente a mi padre—. Su hija no está ‘metida’ en nada. Ella lidera.
La mesa entera contuvo el aliento.
Si hubiera arrojado una granada debajo de la mesa, el efecto no habría sido muy diferente.