En el año 2000, tres bebés trillizas desaparecieron de un hospital. Veinticinco años después, una enfermera en su lecho de muerte finalmente confesó.

Elena sintió rabia contenida.

—¿Secuestraban bebés?

—No lo llamábamos así —dijo él, bajando la mirada—. Pero sí. Tres bebés, hermanas, con una combinación genética extremadamente valiosa para ciertos laboratorios. Las trasladamos antes de que nadie pudiera sospechar.

—¿Quiénes “nosotros”? —preguntó Elena.

—Altos cargos. Gente con influencias. Yo solo era un joven doctor, impresionable. Creí en el proyecto. Pensé que hacíamos algo grande. Pero con los años entendí el daño… y ya era tarde.

Elena avanzó un paso.

—¿Dónde están ahora?

Julián señaló la pared con fotografías.

—Aitana fue adoptada por una familia vinculada a la Fundación. Vive en Madrid. No sabe nada.
Lucia está en un centro privado en Girona. Se convirtió, sin saberlo, en paciente de sus propios datos genéticos.
Pero Sofía… Sofía escapó hace diez años. Debe de estar escondida bajo otra identidad. Ella descubrió parte de la verdad y huyó antes de que pudieran “retenerla”.

—¿Retenerla? —repitió Elena, con un frío indescriptible.

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