Elena retrocedió un paso, manteniendo la vista fija en el hombre. Era de cabello canoso, unos cincuenta y tantos años. Sus ojos no mostraban sorpresa, sino cansancio. Como quien ha esperado mucho tiempo para que lo descubran.
—¿Quién es usted? —preguntó Elena, con la mano sobre su pistola.
—Doctor Julián Herrera. He trabajado aquí más tiempo del que debería. Y usted está a punto de arruinarlo todo.
—¿Dónde están las trillizas? —preguntó sin rodeos.
El hombre suspiró.
—Dos de ellas están bien. La tercera… lleva años buscando respuestas que no recuerda haber perdido.
Elena frunció el ceño.
—Explíquese.
Julián dejó el maletín sobre una mesa metálica. Abrió un archivador y sacó varias carpetas gruesas.
—A finales de los noventa, la Fundación Horizonte lanzó un programa sin supervisión del ministerio. Buscaban marcadores genéticos raros para desarrollar terapias avanzadas. Necesitaban recién nacidos que encajaran en ciertos perfiles… y los hospitales eran terreno fértil para “seleccionar”.