Julia comenzaba explicando que ella y sus amigas no habían planeado nada al principio. Cada una llevaba su propio proceso emocional con el embarazo: miedo, vergüenza, incertidumbre. Lo extraño, decía, fue que las cuatro se enteraron prácticamente a la vez de que estaban esperando un bebé. Ninguna tenía una relación estable. Ninguna quería admitir quién era el padre. Y sin embargo, todas coincidían en una cosa: habían confiado en la misma persona.
Ese nombre aparecía subrayado en la carta y también repetido varias veces en las notas de la carpeta: Alfonso Mera, profesor interino de Historia, contratado solo ese curso y descrito por los alumnos como “encantador”, “joven” y “excesivamente cercano”.
Según Julia, Mera había sabido manipularlas de forma distinta a cada una. Con Nerea había fingido ser un confidente; con Clara, alguien que la protegía del bullying; con Marisa, un guía académico; con ella, Julia, alguien que entendía su situación familiar complicada. En otras palabras, había sido un depredador que supo ocultarse bajo un disfraz de que le importaban sus alumnas.
La carta describía cómo, cuando las chicas empezaron a sospechar que él había podido abusar de varias a la vez, intentaron enfrentarlo. Pero Mera reaccionó con frialdad: les hizo creer que nadie las apoyaría, que él tenía contactos, que podía negar todo y convertirlas en las “adolescentes mentirosas que querían arruinar su vida”. Entonces, les propuso una “solución”: marcharse temporalmente a una casa rural que, según él, pertenecía a su familia y donde podrían “pasar el embarazo en paz”.