La llevó a la luz y, al abrirla, se quedó inmóvil. Había fotografías de las cuatro chicas, algunas dentro del propio instituto, otras en un lugar desconocido; dibujos de planos; anotaciones de horarios; listas de nombres; y, al final del todo, una carta fechada en marzo de 1991. La letra era temblorosa. El remitente: Julia Arjona.
Eusebio, con las manos frías y el pulso acelerado, entendió que aquello no podía ignorarse. Había protegido un secreto durante demasiado tiempo, quizá sin saberlo. Y ahora, por primera vez en tres décadas, algo se había movido.
“Tengo que enseñar esto a alguien”, murmuró.
Pero antes quería leer la carta.
Y lo que encontró dentro cambiaría para siempre la versión oficial de la historia…
La carta estaba escrita a mano, con tinta azul desvaída. Algunas palabras se habían corrido a causa de la humedad, pero el mensaje era perfectamente legible. Eusebio comenzó a leer mientras se sentaba en el banco del pasillo, como si necesitara apoyo físico para soportar lo que estaba a punto de descubrir.
“Si alguien encuentra esto, por favor, no nos juzgue. No teníamos otra salida”.