Ella ocultó su verdadera vida durante 35 años…

Llegué al restaurante con ropa gris vieja que debía estar en la basura. Llevaba el pelo recogido en un moño despeinado y no llevaba ni una pizca de maquillaje. Mi bolso estaba hecho jirones, con un asa rota. Entré como una mujer cuya vida era una serie de rutinas cansadas y pequeñas esperanzas.

Y por primera vez en muchos años, cerré la puerta del poder tras de mí.

El restaurante era deslumbrante: oro, cristal, brillo. Madera oscura, manteles blancos, lámparas de araña de cristal. Todo allí gritaba lujo. Y que ese lujo requiere habilidad para lucirlo.

Marcus se puso de pie al verme. Sus ojos brillaron, no de alegría, sino de vergüenza.

Simone parecía una actriz. Sus padres parecían de esas personas que llaman “ordinarias” a las cosas caras.

Los saludé. Sus apretones de manos fueron tan fríos como figuras de cristal.

No me veían como una persona.

Me veían como un simple trasfondo.

Casi de inmediato, comenzaron las preguntas:

De dónde soy, a qué me dedico, cómo vivo, cuánto gano, en qué tipo de apartamento vivo.

Respondí con suavidad, con humildad:

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