II. “Mamá, sé sencilla.”
Habló con calma, como si siguiera un guion ensayado:
“Mamá… Los padres de Simone vienen al campo. Queremos cenar. ¿Vienes?”
Inmediatamente percibí la tensión. El tono era demasiado severo. Las pausas, demasiado cautelosas. “Dime la verdad”, pregunté, “¿les contaste algo de mí?”
Silencio. Denso. Cayendo sobre mis hombros como un abrigo mojado.
“Dije que eras… bueno… común y corriente. Sencilla. No muy adinerada.”
Ahí estaba, la palabra que siempre le dolía en los labios.
Sencilla.
No sabía la verdad. Pero por alguna razón se avergonzaba de mí. O tal vez temía que lo avergonzara delante de gente para la que todo se mide en ceros.
Y decidí interpretar el papel que él me había escrito.
No por sumisión.
Para ver la verdad en los ojos de quienes estaban frente a mí.
III. Una cena donde se rompen los corazones