Ella bajó del tren con 33 dólares, un sartén y sin nadie esperándola.

Ella bajó del tren con 33 dólares, un sartén y sin nadie esperándola.

Era 1938. Estados Unidos apenas comenzaba a levantarse de la Gran Depresión. Saratoga Springs, Nueva York, era conocido por sus carreras de caballos, hoteles de lujo y turistas de verano. Pero aquel día frío, una mujer negra recién enviudada llamada Hattie Austin Moseley llegó sola, cargando solo tres cosas: valor, dolor… y un sartén de hierro fundido.

No tenía familia.
No tenía trabajo.
No tenía hogar.
Solo una maleta, su sartén… y una cabeza llena de recetas que aprendió en su infancia en Luisiana.

Tenía todas las razones para rendirse.
Pero no lo hizo.

La historia de Hattie no comenzó entre comodidades. Su madre murió al darle a luz. Desde pequeña, entendió que vivir no era lo mismo que sobrevivir. La vida no le regaló lujos, le dio trabajo: largas jornadas como sirvienta, cocinas hirvientes, manos agrietadas de tanto fregar y cortar.

Pero entre todo ese cansancio, la vida también le dio un regalo:
la capacidad de cocinar comida que abrazaba el alma.

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