Adriana se movió para abrir, su rabia convertida en nerviosismo. En el umbral, un hombre de traje oscuro, con una carpeta en mano. Detrás, un oficial de policía.
Abogado Gabriel Costa: “Señor Martín Herrera, buenas tardes. Soy Gabriel Costa, abogado. Venimos por una denuncia anónima por malos tratos continuados hacia una persona mayor.”
El rostro de Adriana palideció. Se descompuso. La porcelana se hizo añicos.
Adriana: “¡Esto es absurdo! No pueden. ¡Martín, diles algo!”
El Clímax del Silencio Roto.
Martín se acercó. Lentamente. Su mirada, ya sin rastro de amor o rabia, solo de una decepción helada, se clavó en los ojos de Adriana.
Martín: “Eres la razón por la que mi madre dejó de sonreír. Eres la razón por la que yo… he sido ciego.”
Oficial de Policía: “Señora Adriana López, le pediremos que nos acompañe.”
Mientras los agentes escoltaban a Adriana, su voz gritaba acusaciones rotas, promesas de venganza. El sonido se apagó con el golpe seco de la puerta principal al cerrarse.
Redención bajo la Luz de Triana
La casa se sumió en un silencio de paz, no de miedo. Rosalía salió de su habitación, apoyándose en el marco. Temblaba, pero sus ojos brillaban con una calma desconocida.
Rosalía: (En un susurro) “No quería que acabara así, hijo.”