El Precio de la Perfección: La Revelación de la Dama del Miedo

Clara volvió con el cuenco. La sopa roja, perfecta, casi helada. La colocó con sumo cuidado. La mujer tomó la cuchara. Frunció el ceño.

“Está caliente.”

Los murmullos se extinguieron. El salón entero contuvo el aliento. Clara parpadeó, confundida. Del cuenco salía una leve neblina de frío. Era imposible.

“Disculpe, señora,” dijo, la voz firme. “Lo acaban de sacar del refrigerador.”

El golpe llegó al instante.

“¿Me estás contradiciendo?”

No gritó. Su tono bastó para congelar el aire, para humillar. El gerente apareció temblando.

“No quiero otro,” interrumpió Beatriz, con la mano posada sobre el plato. “Lo que quiero es que mis estándares sean respetados. ¿Tan difícil es servir una sopa fría en este país?”

Las risas incómodas de algunos clientes llenaron el vacío. La escena era una ejecución pública. Clara sintió el calor en las mejillas, pero algo se encendió en su interior. No era miedo. Era rabia justa. Era la intuición de estar ante alguien que solo existía a través de la humillación ajena.

“Tiene razón, doña Beatriz,” respondió. La calma en su voz descolocó a la mujer. “Me aseguraré de que no vuelva a suceder.”

Beatriz bajó la cuchara lentamente, como si el control se le escapara.

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