“Vamos adentro!” La recostó en el sofá y la abanicó con un trapo. Poco a poco, Rosario abrió los ojos. “No, no llames a Javier”, susurró débil. tiene tanto trabajo, no quiero preocuparlo. La muchacha se mordió los labios, nerviosa. Sabía que algo grave pasaba, pero también temía perder el empleo si hablaba de más. Esa noche, Javier llegó agotado. Encontró a su madre sentada en la poltrona pálida.
¿Está bien, mamá?, preguntó con preocupación. Ella sonrió débil. Sí, hijo, solo fue el calor. Desde el otro lado de la sala, Mariana intervino. Ya le dije, Javier, su mamá debería descansar más. Se inventa cosas que hacer y luego se siente mal. Él suspiró confiando una vez más, besó la frente de su madre y subió al cuarto.
Cuando la puerta se cerró, Mariana se acercó a la anciana. ¿Lo ve? Si Javier descubre que anda desmayándose, va a pensar que no puede quedarse aquí. Terminará en un asilo más rápido de lo que imagina. El corazón de Rosario se encogió. Las lágrimas le corrieron silenciosas. En el cuarto Javier no sabía nada. Pensaba que todo estaba bajo control.
Pero con cada día que pasaba, su madre se volvía más frágil y la crueldad de Mariana más evidente. Aquella noche, Rosario se acostó en su cama sencilla, abrazó una foto antigua de Javier cuando era niño y rezó bajito, pidiendo fuerzas para resistir otro día. No sabía hasta cuándo aguantaría. El domingo amaneció tranquilo en la mansión. Javier se levantó temprano, decidido a desayunar con su madre.
Bajó sin avisar, esperando sorprenderla. Al entrar en la cocina, la encontró sola calentando una ollita. “Mamá, ¿qué hace levantada tan temprano?”, preguntó sonriendo. Rosario se sobresaltó. Escondió la olla detrás de su espalda. “Nada, hijo, solo estaba calentando un poquito de comida.
” Javier frunció el ceño, abrió el refrigerador y vio charolas con comida fresca preparada el día anterior. Mariana siempre presumía de tener todo organizado. ¿Y por qué está comiendo eso, mamá? Aquí hay comida nueva. Rosario evitó su mirada. Es que no quiero desperdiciar. Él apretó los labios. Nunca le gustó verla conformarse con tampoco. Pero antes de insistir, Mariana entró en la cocina.
Con bata de seda y cabello impecable, fingió sorpresa. Amor, qué temprano yo iba a preparar el desayuno para todos. Javier señaló la olla. Mamá estaba calentando comida vieja. ¿Por qué no le ofreciste algo fresco? Mariana soltó una risa ligera. Ay, Javier, ya sabes cómo es. Siempre terca, no acepta ayuda. Yo siempre dejo comida lista.