La habitación era silencio. Un silencio pesado, cargado de terciopelo y perfume costoso.
EA Monroe se miró al espejo. El vestido negro sencillo era su armadura. El velo de su madre, encaje antiguo y perlas minúsculas, era el único tesoro real que poseía. Lo último que la conectaba a la fe sencilla. A la esperanza.
Estaba temblando.
Se casaría con Theron Vale. El hombre que la había visto, el que la había amado cuando solo era una diseñadora freelance con una pila de deudas estudiantiles. Habían pasado seis meses de amor fácil. De risas en un sofá viejo. De tacos callejeros.
Pero esta boda no era fácil.
La familia Vale, liderada por la tía de Theron, Reverie Caldwell, era una pared de hielo y juicio. Dos meses de microagresiones. De burlas veladas. De la sensación de ser una curiosidad barata en un zoológico de gente rica.
Ella se mantuvo firme. Por Theron.
La puerta de la suite nupcial se abrió sin previo aviso. Reverie entró, majestuosa y venenosa, su traje de diseño gritando poder.
“Tenemos que hablar,” dijo Reverie. Su voz, dulce y ácida, perforó el silencio.
EA se giró. Se enderezó. No hoy.
“¿Qué es, Reverie?”