El perro que reconoció…

Una hora más tarde, el salón de actos estaba vacío. María estaba sentada en el despacho del director con su madre, Ana Serguéievna, una mujer de unos cuarenta años, bien arreglada, vestida con un traje formal. Su rostro reflejaba tensión.

«Exijo una disculpa», dijo con frialdad. «Mi hija está en estado de shock. ¡Su perro casi ataca a una niña!».

El policía permaneció en silencio.

«Lo siento», dijo finalmente en voz baja. «Pero tenemos que asegurarnos de que la niña esté bien. Rex nunca se equivoca».

María bajó la cabeza. Le temblaban las manos. Sentía un nudo en el estómago. No le tenía miedo al perro, ni a la policía, sino a lo que pudiera salir a la luz.

Esa noche soñó con rostros; uno en particular, aterrador: el de un hombre, enojado, con ojos fríos y una voz:

«No se lo dirás a nadie, ¿entendido? A nadie».

Se despertó empapada en sudor y se quedó sentada un buen rato, mirando por la ventana. La ciudad dormía.

Pero el silencio era más opresivo que los ladridos del perro.

Parte III. El Secreto

Dos días después, María regresó a la escuela. Todos cuchicheaban.

«¿Viste eso? ¡Ese perro olió algo!», dijeron las chicas. «¿Tal vez hizo algo?».

Intentó no escuchar.

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