El perro que reconoció…

Después de clase, la llamaron al despacho de la psicóloga escolar. Una joven de voz suave le ofreció té.

«María, todo está bien. Solo queremos entender por qué estabas asustada. No es solo miedo, ¿verdad?».

María guardó silencio.

«A veces los animales perciben el dolor que ocultamos», continuó la psicóloga. —¿Quizás has pasado por algo que nadie sabe?

Se le llenaron los ojos de lágrimas. Pero María se contuvo.

—No —susurró—. Todo está bien.

La psicóloga se dio cuenta de que el muro era demasiado fuerte.

Pero los muros tenían grietas, y una de ellas estaba a punto de abrirse.

Parte IV. Recuerdos

La memoria es algo extraño. Puede ocultar el dolor durante años, hasta que alguien, incluso un perro, rompe la barrera.

María nació en un pequeño pueblo. Su madre, Ana, la llevó a la ciudad cuando tenía tres años.

Desde entonces, ni una palabra sobre el pasado. Ni una sola fotografía de su padre. Ningún pariente.

A veces María preguntaba:

—Mamá, ¿por qué no tengo abuelos?

Leave a Comment