El patrón rico pensó que sería divertido

Hasta que un jueves por la noche, cuando Fernanda estaba en la cocina tomando un té, él apareció. No entró directo. Se quedó parado en la puerta unos segundos como dudando. Luego habló. Tienes un minuto. Ella asintió. Claro. Caminaron al comedor. Nadie más. Estaba cerca. Solo se escuchaba el tic tac del reloj de pared. “Estuve pensando en algo”, dijo él sentándose frente a ella. “Sé que estás incómoda, que no te gusta todo lo que está pasando, que tu mamá está lejos, que no tienes privacidad, que esto te sobrepasa.” Fernanda bajó la mirada sin decir nada.

“Y sé que no lo pediste, por eso quiero ayudarte de verdad, sin que te sientas atrapada.” Ella lo miró dudando. “Ayudarme como con tu mamá. Sé que está en un lugar que no es cómodo. Sé que necesita atención médica constante y también sé que tú por estar aquí no puedes estar allá como antes. Y tengo una casa, un departamento pequeño, pero en buenas condiciones. Está cerca de una clínica privada. Quiero dártelo para ti y para ella, para que puedan estar bien, sin rentas, sin preocuparse por los gastos, con todo pagado.

Fernanda lo miró sin parpadear. ¿Me estás ofreciendo una casa? Sí. No como regalo, sino como apoyo. Para que no tengas que partirte en dos, para que ella esté segura. Para que tú estés tranquila. Ella se quedó callada. La cabeza le daba vueltas. Era algo enorme, demasiado. ¿Y qué quieres a cambio? Mauricio frunció el ceño. Nada, nada, nada. Solo que aceptes, que te dejes ayudar. Y yo, ¿qué soy para ti? Eres alguien importante, alguien que respeto, alguien que quiero ver bien.

Fernanda se levantó despacio. ¿Sabes cómo suena todo esto? ¿Cómo? Como si estuvieras comprando tranquilidad. Como si me estuvieras acomodando para callarme la boca. Para que me quede quietecita, agradecida, en deuda. Mauricio también se levantó. Eso no es cierto. No. Entonces, ¿por qué no me lo ofreciste antes? ¿Por qué justo ahora? Después de que todo se descontroló, después de que saliste en la tele diciendo que me defiendes, ¿qué sigue, Mauricio? Un coche, una tarjeta, un vestido bonito para que no me vean como la sirvienta que se metió en tu vida.

No digas eso. Pues dime tú qué quieres que piense, ¿qué soy para ti? ¿Una responsabilidad? ¿Una mujer que te dio ternura y ahora no sabes cómo acomodar? Mauricio se pasó la mano por la cara. Estaba molesto, confundido, dolido. Quiero ayudarte. ¿Porque me importas? ¿Está tan mal eso? Sí. Si no me ves como igual. Sí. Se quedaron en silencio. No quiero depender de nadie, dijo ella bajando la voz. No quiero que mi mamá me vea llegar con una casa que no es mía.

No quiero que la gente tenga razón. Que digan que llegué aquí buscando quedarme. Tú sabes que no es así. Sí, yo lo sé, pero el mundo no. ¿Y qué? ¿Vas a vivir tu vida pensando en lo que digan los demás? No, pero tampoco voy a vivirla en una mentira que se parece a verdad. Fernanda se cruzó de brazos. Mauricio la miró. frustrado. Entonces, ¿qué? ¿Prefieres seguir partiéndote en dos? Prefiero partirme en mil antes de sentirme comprada. Silencio otra vez.

Mauricio la miró como no la había mirado antes. Ya no con admiración, ya no con ternura, con tristeza, porque se dio cuenta de que aunque quería hacer lo correcto, la forma en que lo estaba haciendo la estaba alejando. No era mi intención lastimarte, dijo él. Lo sé, pero lo hiciste. Ella se giró y se fue al pasillo. Caminó despacio, con los ojos llenos de rabia y de ganas de llorar. Subió a su cuarto y cerró la puerta sin hacer ruido.

Y él se quedó ahí solo con una propuesta que había hecho con el corazón, pero que terminó rompiendo lo poco que había logrado construir. Era lunes y todo parecía tranquilo. Fernanda había dormido mal. se despertó con la mente revuelta por la discusión que había tenido con Mauricio. Se sentía confundida, pero sobre todo herida. Le había costado mucho aceptar que algo en ella empezaba a confiar en él. Y justo cuando eso pasaba, se le ocurrió ofrecerle una casa como si no pudiera ayudarla sin hacerla sentir pequeña, como si ayudarla significara tener que salvarla.

Pero más allá de eso, había algo más raro. Desde que bajó a desayunar, el ambiente estaba tenso. Nadie hablaba mucho. Marilou ni siquiera la volteó a ver. Olga trató de actuar normal, pero se notaba incómoda. Fernanda lo notó. Le zumbaban los oídos. Su instinto le decía que algo se estaba cocinando, algo que no olía bien. A media mañana, Mauricio no estaba en casa. Emiliano había ido a la escuela. Fernanda aprovechó para organizar unos papeles en el estudio.

Se concentró tanto que ni cuenta se dio cuando Marilou entró de golpe. “El Señor quiere verte”, dijo seca, sin mirarla en su oficina. “¿Pasó algo?” “No lo sé, pero apúrate.” Fernanda se limpió las manos con un trapo, se acomodó el suéter y fue al despacho. La puerta estaba entreabierta. “¿Tó? ¿Puedo pasar?” “Sí”, dijo Mauricio desde adentro, “¿Serió?” Con la mirada clavada en su escritorio, Fernanda entró y al ver la expresión en su cara supo que algo estaba muy mal.

¿Todo bien? Él no contestó de inmediato. Sacó un pequeño estuche negro y lo puso sobre la mesa. Lo abrió. Adentro había un collar. No cualquier collar. Era delicado, caro, brillante, de esos que solo usan las esposas de empresarios en cenas formales. ¿Lo conoces? Fernanda lo miró y negó con la cabeza. Nunca lo había visto. Estaba en tu cuarto, en el cajón de tu buró. Fernanda dio un paso atrás como si le hubieran lanzado un balde de agua helada.

¿Qué? Marilu lo encontró esta mañana mientras limpiaba, Fernanda se quedó helada, luego reaccionó. Eso no es posible. Yo no he tocado nada que no sea mío. Jamás entraría a una habitación ajena, mucho menos para tomar algo así. Mauricio la miraba con una mezcla rara de enojo y confusión. No estoy diciendo que lo hiciste, solo quiero entender qué pasó. Fernanda se sintió apretada por dentro. ¿Estás dudando de mí? Estoy tratando de ser justo. Justo después de todo esto, ¿crees que sería capaz?

No lo sé. No quiero creerlo. Pero alguien lo puso ahí, Fernanda, y estaba en tu cuarto. Ella se cruzó de brazos, le temblaban las manos. Y si alguien más lo puso ahí, ¿no se te ocurrió? Mauricio no respondió. Fernanda lo miró con dolor, como si por dentro algo se le rompiera, como si no pudiera creer que después de todo él no estuviera de su lado. ¿Quién más sabía dónde guardas eso? Solo el personal de confianza. Y si alguien quiere hacerme quedar mal, ¿quién?

No lo sé, pero no fui yo. Y tú lo sabes. Mauricio se pasó la mano por la cara. No sabía qué pensar. Todo era raro, inesperado, no cuadraba. Voy a investigar, dijo al fin. Pero mientras tanto, ¿qué? Tal vez deberías descansar unos días, irte con tu mamá. Solo mientras esto se aclara. Fernanda sintió que le daban una bofetada. ¿Me estás echando? No, solo necesito tiempo para ver qué pasó. No estoy tomando decisiones. Solo quiero claridad. Claridad. Yo no necesito claridad.

Yo sé quién soy. Tú, tú no. Y sin decir más, se dio media vuelta y salió. Subió a su cuarto, metió su ropa en una mochila sin doblar nada. marcó un taxi. Olga la vio y quiso hablarle, pero Fernanda levantó la mano. No, Olga, no me digas nada. Solo cuida a Emiliano. Esto está mal, Fernanda, yo te creo. Gracias, pero con eso no basta. Marilu la observó desde el pasillo. No dijo nada, pero su cara la delataba.

Estaba satisfecha. El taxi llegó. Fernanda bajó con la mochila al hombro y salió por la puerta sin mirar atrás. Mauricio no bajó, no la detuvo, no se despidió y eso fue lo que más le dolió, que él supiera cómo era ella, que la conociera, que la defendiera frente a todos, pero no cuando más lo necesitaba. Tres días pasaron desde que Fernanda se fue. La casa no volvió a ser la misma. No se escuchaban sus pasos, ni su voz bajita hablando con Emiliano, ni el ruido de su risa cuando el niño hacía alguna tontería.

Todo estaba demasiado callado. Mauricio lo sentía. No dijo nada. No explicó por qué no la detuvo, por qué no confió en ella. Ni siquiera a sí mismo se lo explicó bien. Solo se repetía que no podía actuar por impulso, que necesitaba pruebas, claridad, una respuesta lógica. Pero la verdad es que por dentro algo se le rompió cuando la vio irse con los ojos llenos de decepción. Emiliano no entendía mucho, solo notaba que Fernanda ya no estaba. Le preguntaba a Olga cuándo iba a volver.

Nadie sabía qué contestarle. Está con su mamá”, le decían. “¿Pero por qué?” “Porque sí.” El niño se enojaba, se cruzaba de brazos, se encerraba en su cuarto. Mauricio trataba de distraerlo, de llevarlo al parque, de jugar con él, pero no era lo mismo. Emiliano lo notaba distante, confundido. Y una tarde, mientras armaban un rompecabezas en la sala, el niño soltó algo sin querer. “Marilu es chismosa.” Mauricio lo miró. “¿Por qué dices eso?” “Porque yo la vi en el cuarto de Fernanda.” El otro día cuando Fernanda no estaba, cuando el lunes en la mañana entró con algo en la mano, como una cajita negra.

Yo estaba jugando en el pasillo. No me vio. Mauricio se quedó en silencio. No reaccionó de inmediato. Se le cruzaron mil cosas por la cabeza. Se paró despacio, fue a la cocina y llamó a Marilu. “¿Entraste al cuarto de Fernanda el lunes?” “Sí”, respondió ella sin pestañar. Fui a limpiar. “¿A qué hora?” “A las 9, como siempre.” ¿Entraste con algo en las manos? No, que yo recuerde. ¿Estás segura? Sí. Mauricio la miró. Su tono era el de siempre, pero algo en su expresión no cuadraba.

Leave a Comment