El patrón rico pensó que sería divertido

Le faltaba seguridad. Esa seguridad seca con la que solía hablarle a todos. El niño dice que te vio entrar con una caja negra que Fernanda no estaba. Marilu bajó la mirada un segundo. Apenas un parpadeo, pero lo suficiente. Se habrá confundido. Mauricio no contestó. Se giró y se fue al despacho. Cerró la puerta y marcó al jefe de seguridad. Quiero las grabaciones del lunes desde las 8 hasta las 11. Entrada del pasillo, pasillo principal, escalera y cuarto de Fernanda.

Todo. Dos horas después tenía el USB en la mano. Se sentó frente a su laptop, abrió los archivos, recorrió las cámaras. No tardó mucho en encontrarlo. Marilou. 8:45 de la mañana. Saliendo de la cocina con una cajita negra en la mano, caminando directo al cuarto de Fernanda. Esa hora. Fernanda estaba en el colegio con Emiliano. Vio el video tres veces, luego se recargó en la silla, se cubrió la cara con las manos y suspiró hondo. No era sorpresa, ya lo sospechaba, pero verlo con sus propios ojos le dolió más.

Al día siguiente la mandó llamar. Marilou entró al despacho como siempre, seria, recta, cuidando su imagen. ¿Querías hablar conmigo, señor? Mauricio no dijo nada al principio, solo le dio play al video. Se lo mostró sin decir una sola palabra. Ella lo vio. Se quedó tiesa. No intentó negar nada, solo se le borró la cara. ¿Por qué lo hiciste? Yo lo hice por usted, por la casa, por el orden que siempre hemos tenido aquí. Por mí. Ella no pertenece a este lugar.

Usted no la conoce bien. Esa mujer es un problema. Ya lo estábamos viendo. Los medios, la presión. No podía dejar que siguiera adentrándose en su vida. Usted está vulnerable. Mauricio la interrumpió. Y por eso pensaste que era buena idea hacerla quedar como una ladrona, meterte a su cuarto y plantar algo que ni siquiera era tuyo. Yo protegía este hogar. Hice lo que usted no quiso hacer. Mauricio se levantó. Estaba molesto, pero más que eso estaba decepcionado. No necesito que nadie piense por mí y menos que ensucien a alguien que ha hecho más por esta casa en meses que tú en años.

Marilu tragó saliva. Entonces, ¿me va a correr? Sí. Después de todo lo que hice por usted, después de todo lo que hiciste en mi contra. Ella no dijo más. Se dio la media vuelta y salió. Esa misma tarde empacó sus cosas. No hubo despedidas. Nadie dijo una palabra. Olga la miró con asco. El chóer ni siquiera quiso ayudarle con las maletas. Salió por la puerta sin mirar atrás. Y aunque Mauricio se sintió un poco más tranquilo, también sabía que no podía retroceder el daño.

Fernanda ya no estaba y él la había dejado ir. Mauricio no durmió esa noche, ni la que siguió. Después de descubrirlo de Marilu y verla salir de su casa con la misma dignidad falsa con la que siempre se movía, se quedó solo sentado en la sala. mirando un punto fijo, como si ahí estuviera la respuesta a todo. Pero no había respuesta. La única persona que podría entenderlo, que podría escuchar todo lo que traía atorado era Fernanda. Y ella ya no estaba.

Y lo peor, se había ido creyendo que él dudaba de ella, porque sí, aunque no la haya acusado directamente, la dejó ir sin defenderla, porque en el fondo, por unos segundos, la duda le ganó y eso dolía más que cualquier mentira. Al tercer día tomó su coche y manejó hasta la colonia donde vivía la mamá de Fernanda. No avisó, no mandó a nadie, no hizo una gran entrada. Llegó solo, tocó la puerta y esperó. Salió la señora Lidia sentada en su silla de ruedas con una manta sobre las piernas y cara de sorpresa.

¿Usted? Buenas tardes. ¿Está Fernanda? Sí, pero no creo que quiera verlo. Mauricio bajó la mirada. Lo sé, pero necesito hablar con ella. aunque sea unos minutos. La señora dudó, luego se giró y gritó, “¡Fanda, ¿es él?” Desde el fondo del departamento se escucharon pasos. Fernanda apareció en la puerta con el mismo suéter que usaba en casa, el cabello amarrado, sin esfuerzo y cara seria. No estaba enojada, estaba dolida y eso se notaba más. “¿Qué haces aquí? Vine a hablar contigo.” No hay nada que hablar.

“Sí lo hay. ” Ella lo miró unos segundos, luego abrió más la puerta y dijo, “Pasa entraron. El departamento era pequeño, pero ordenado. Había olor a comida casera, a ropa recién lavada, el tipo de lugar que se siente vivido.” Fernanda se sentó en una silla. Mauricio se quedó de pie frente a ella. Marilu fue la que puso el collar en tu cuarto. Fernanda no dijo nada. Vi las cámaras. El niño la vio. La enfrenté. Lo admitió. Y eso a Mique.

Él tragó saliva. Quiero pedirte perdón. Ya lo hiciste. No lo suficiente. No se trata de que lo digas. Se trata de que cuando más necesitaba que creyeras en mí, no lo hiciste. Mauricio bajó la mirada. Tienes razón. Fernanda respiró hondo. Se cruzó de brazos. ¿Y ahora qué? ¿Vienes a pedirme que regrese? ¿Que hagamos como si nada? No, no espero que todo vuelva a ser como antes. Solo vine a decirte que fallé, que me equivoqué, que aunque sabía quién eras, me dejé llevar por el miedo, por las dudas, por todo lo que pasa cuando uno no confía ni en sí mismo.

Fernanda lo miró con los ojos llenos de lágrimas contenidas. No sabes lo que fue para mí salir de esa casa sabiendo que me mirabas como si pudiera hacer algo así. Después de todo lo que compartimos, después de cómo cuidé a tu hijo como si fuera mío, lo sé y por eso me duele tanto. ¿Y qué esperas? ¿Que te diga ya está? Que todo se arregla con disculpas. No, solo quería verte a los ojos y decirte que si algún día decides regresar, las cosas van a ser diferentes, que esta vez no te voy a soltar, no te voy a dudar, no te voy a fallar.

Fernanda lo miró, no con enojo, con tristeza. ¿Sabes qué es lo peor? ¿Qué? que una parte de mí quería creerte desde el primer momento, pero ya no sé si puedo. Mauricio sintió un hueco en el pecho, el mismo hueco que le quedó cuando perdió a su esposa, solo que ahora dolía distinto. Dolía por lo que pudo ser y no fue. ¿Cómo está Emiliano? ¿Te extraña? Fernanda bajó la mirada. Yo también. Se hizo un silencio largo, pesado. Mauricio se acercó despacio.

No vengo a presionarte ni a convencerte. Solo vine a decirte que si un día decides darme otra oportunidad, aquí voy a estar. Fernanda no respondió. Él asintió, se dio media vuelta y salió del departamento. Cuando cerró la puerta, Fernanda se quedó sentada sola, con los ojos llenos de agua y el corazón hecho pedazos. Porque a veces, aunque quieras mucho a alguien, hay cosas que ya no se pueden volver a pegar. La casa se sentía inmensa sin Fernanda.

Se escuchaba cada piso crujido, cada eco al caminar. Mauricio seguía ahí, pero no estaba del todo, como si una parte importante de su mundo hubiera desaparecido. Emiliano preguntaba si volvería. Preguntaba mucho, pero nadie, respondía claro. Las mañanas eran silenciosas, el desayuno se había vuelto rutina mecánica, pan, jugo, cereal, ni una risa, ni un gracias por el desayuno. El niño comía mirando al frente. Mauricio lo veía de reojo, como buscando algo que ya no estaba. En esas mañanas se sentía el hueco que dejó.

Fernanda, por otro lado, regresó con su mamá a ese departamento que ahora se le sentía aún más pequeño. La rutina volvió con su peso. Cuidar a su mamá, pagar tratamientos, buscar ingresos, intentar dormir sin sueños rotos. Y el departamento, antes refugio, ahora parecía cárcel. Cada pared le recordaba la casa grande que abandonó, el niño que dejó, el silencio que dejó atrás. Mauricio intentó llenar el vacío haciéndolo de siempre. Reuniones, juntas, cenas, viajes. Su agenda se volvió un escudo para no pensar, pero por dentro algo chirriaba.

No era el dolor por Fernanda, era más profundo. El remordimiento, el arrepentimiento, la certeza de que dejó ir algo valioso por miedo. Una tarde Emiliano se acercó a él mientras revisaban juntos un libro de dinosaurios. Papá, Fernanda ya no me quiere. Mauricio parpadeó. El libro cayó de sus manos. Se quedó callado un segundo largo. Claro que sí, hijo. Fernanda te quiere mucho. ¿Y por qué ya no vuelve? No hubo respuesta, solo silencio. El niño bajó la cabeza y abrió el libro por otra página.

Mauricio lo abrazó, pero no dijo nada más. No tenía respuestas. Al caer la noche, la casa se vació. Emiliano dormía. Mauricio se quedó sentado en Mid. El sofá, solo, iluminado por una lámpara de caída. miró la sala donde solía estar Fernanda, organizando papeles con una taza de té hablando suave con el niño. Esa sala parecía ahora una escenografía vacía. Fernanda pasó la noche en vela. Su madre duerme. Ella se quedó sentada en una silla viendo una foto de Mauri y Emiliano en la gala.

El niño señalando a una modelo. Esa foto era el detonante de todo. Tenía ganas de romperla, pero solo la acarició con tristeza. recordó la noche, el miedo, la promesa de no dejarla volar y sintió que algo se le rompía. Al amanecer, ambos despertaron con una sensación rara. Mauricio abrió los ojos y tardó unos segundos en enfocar la habitación. Emiliano seguía durmiendo en la cama de al lado. En la mesa de noche, un dibujo doblado era el que hizo del parque con el perrito.

Lo tomó entre los dedos, lo desdobló, lo miró y luego lo metió en su bolsillo sin querer, como si hacer lo suyo lo ayudara a sentir que algo sigue vivo. Fernanda abrió la cortina. Un rayo de luz cruzó la habitación y dibujó su sombra sobre la pared. Respiró y se acercó a la ventana. Afuera comenzaron a oírse vendedores de la calle, el tráfico, la ciudad despertando. Ella cerró los ojos, escuchó el latido de su corazón. Estaba vivo, pero cansado, preguntándose si aún tenía fuerzas para volver a abrir puertas.

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