El patrón rico pensó que sería divertido

” El portón de la casa se abrió despacio, con un sonido suave, como si no quisieran molestar a nadie. La camioneta blanca entró sin prisa. Fernanda iba sentada en el asiento trasero con las manos apretadas sobre su mochila y los nervios amontonados en el pecho. Había ido a muchas casas ricas a limpiar, pero esta vez no era lo mismo. Esta vez no iba a tallar pisos ni a recoger platos sucios. Esta vez era diferente y eso le pesaba más.

El chóer se bajó primero y le abrió la puerta. Fernanda salió con paso corto, mirando todo como si pisara terreno desconocido. El jardín era enorme, con pasto perfectamente cortado y plantas acomodadas como si las hubieran dibujado. La entrada principal tenía una puerta de madera gigante con manijas doradas que brillaban con el sol. Nada fuera de lugar, nada viejo, nada roto, todo impecable. Cuando entró a la casa, lo primero que pensó fue que olía a tienda cara. Ese tipo de olor que no sabes de dónde viene, pero te hace sentir que estás en un lugar donde todo cuesta más de lo que puedes pagar.

El piso brillaba, las paredes eran blancas, las escaleras flotaban como en revista de arquitectura y en las esquinas había jarrones que parecían de museo. Se sintió incómoda al instante, como si con solo estar ahí ya estuviera ensuciando algo. Del otro lado del pasillo apareció una mujer de unos cin y tantos con el cabello recogido, un mandil perfectamente limpio y cara seria. Tú debes ser Fernanda dijo sin sonreír. Sí, mucho gusto. Soy Marilu. Llevo 15 años trabajando con el señor Herrera, encargada de la casa.

Cualquier cosa me preguntas a mí. Fernanda asintió. Pero la forma en que la mujer la miró no fue amable. No fue grosera, pero sí seca, como si le avisara con los ojos que no iba a ser fácil ganarse su confianza. Marilu no le ofreció agua, ni asiento, ni descanso. Le hizo un recorrido rápido por la casa, señalando sin detenerse. Aquí está la cocina. Aquí el comedor principal. Acá el cuarto de juegos del niño. Allá el estudio del Señor.

Ese pasillo lleva a las habitaciones privadas. Y esta es la tuya. La llevó a un cuarto pequeño, pero limpio, con cama individual, un buró, un closet vacío y una ventana que daba al jardín trasero. Fernanda dejó su mochila sobre la cama sin sentarse. Tenía la espalda tensa. El niño sale de la escuela a la 1. Hoy lo trae el chóer. El Señor quiere que tú lo recibas, dijo Marilu cruzándose de brazos. Espero que estés a la altura.

Aquí no nos gusta hacer las cosas a medias. y con eso se fue dejando la puerta entreabierta. Fernanda se quedó parada unos segundos sin moverse. Respiró hondo, se lavó la cara en el baño que compartía con el personal, se acomodó el cabello y bajó a la cocina. Ahí conoció a Olga, la cocinera. A diferencia de Marilu, ella sí le sonríó. “Por fin te conozco”, le dijo con voz alegre. Emiliano no ha dejado de hablar de ti desde que supo que venías.

dijo que eres como una superheroína que limpia todo en segundos. Fernanda ríó bajito. Solo hago lo que puedo. Bueno, pues bienvenida. Aquí hay reglas. Sí, pero si haces las cosas bien, no tienes problema. Casi a la 1 en punto, la camioneta regresó. Fernanda salió al recibidor con las manos sudadas. El chóer bajó y abrió la puerta trasera. Emiliano se bajó con su mochila azul colgando de un hombro y una sonrisa enorme al verla. Fernanda gritó. Ella abrió los brazos sin pensar y el niño corrió a abrazarla.

Fue un momento tan natural que hasta el chófer sonrió. El niño le empezó a contar que había jugado fútbol, que trajo tarea, que tenía hambre. Fernanda lo escuchaba con atención, bajando el ritmo, respirando más tranquila. Mauricio apareció en ese momento bajando por las escaleras con camisa remangada y celular en mano. Cuando vio a su hijo con Fernanda, sonrió apenas. se acercó despacio. Todo bien. Fernanda se enderezó al instante. Sí, señor. Emiliano ya llegó. ¿Te instalaron bien? Sí, gracias.

Cualquier cosa me dices. Claro. Se miraron solo un segundo, lo justo. Luego él se giró hacia el niño, lo abrazó y se lo llevó a la cocina. El resto de la tarde pasó con calma. Fernanda ayudó con la tarea, le preparó un sándwich al niño y mientras él veía una película, ella se puso a organizar los papeles de la agenda familiar, citas médicas, clases de natación, reuniones escolares, todo bien anotado, todo en orden. Trabajó como si fuera una más, sin hacer ruido, sin estorbar.

Marilu la observaba de lejos. Olga le pasaba un té sin que se lo pidiera. El niño le hablaba como si la conociera de años. Y Mauricio, Mauricio no volvió a decir mucho ese día, pero se notaba tranquilo. La casa tenía otro ambiente, como si algo hubiera cambiado sin que nadie lo dijera. Ya entrada la noche, cuando todos dormían, Fernanda se acostó en su nueva cama. No era grande, pero era cómoda. Cerró los ojos y no supo si sentirse feliz, asustada o agradecida.

Solo sabía que ese lugar no era suyo y que, por más bien que la trataran, siempre iba a ser la nueva, la que vino de otro mundo, la que no pertenece, pero al menos por primera vez en mucho tiempo, no estaba sola. Renata estaba sentada en una terraza con vista al bosque, tomando un café frío que ya ni sabía a café. Tenía el celular en la mano y los lentes oscuros puestos, aunque ya era tarde y el sol se escondía.

Llevaba más de 20 minutos revisando las redes sociales de Mauricio, que como siempre no tenían nada nuevo. Él no era de publicar cosas personales, ni siquiera fotos con su hijo. Era reservado, serio, y eso era justo lo que a ella más le había atraído desde el principio. No era como los demás. Y justo por eso no pensaba soltarlo. Ella y Mauricio habían tenido una relación intermitente por más de un año. No era amor de novela, pero sí había atracción.

compañía, conexión física. Nunca fueron novios oficiales, pero ella se encargaba de que la gente supiera que estaba cerca de él. Se aparecía en sus eventos, lo acompañaba en cenas importantes, posaba a su lado cuando había cámaras cerca. Y aunque Mauricio jamás le dio anillo ni promesas, ella ya se veía como parte de su vida. su futura esposa, la mujer que lo ayudaría a volver a empezar después de perder a Alejandra. Por eso, cuando se enteró por boca de una amiga que había una nueva mujer trabajando en la casa herrera, se le revolvió el estómago.

“Nueva qué nueva”, preguntó una tal Fernanda. Dice mi prima, que la vieron en la casa ayudando con el niño, “que joven, como de tu edad.” Bueno, más o menos que es linda y muy calladita. Parece que se va a quedar a vivir ahí. Renata disimuló, pero por dentro sintió como si le hubieran dado un golpe. Fingió que no le importaba. Cambió de tema, pero en cuanto colgó la llamada marcó a Marilu. Marilu no era su amiga, pero se conocían desde hacía tiempo.

Renata siempre la trataba con respeto. Le daba regalitos de vez en cuando, hablaban cuando coincidían. Esa relación medio falsa ahora le iba a servir. Hola, Marilu. ¿Cómo estás? Bien, señora Renata. Usted muy bien, gracias. Oye, me enteré de que hay una persona nueva en la casa. ¿Es cierto? Sí, señorita. Se llama Fernanda. Está ayudando con el niño. El señor la contrató hace unos días. Ah, qué raro que no me haya dicho nada. Pues no sabría decirle. Renata apretó los dientes, pero mantuvo la voz amable.

¿Y qué tal es callada? educada, trabaja bien. El niño la quiere mucho. Eso último le cayó como una cubetada de agua helada. Bueno, qué bueno. Me imagino que no tiene experiencia en casas así, ¿verdad? No mucha, pero es lista y se adapta rápido. Renata colgó con una sonrisa fingida. En cuanto cerró la llamada, arrojó el celular al sillón y se quedó mirando al techo. Ya la había visto mil veces. No necesitaba conocerla para saber el tipo de mujer que era.

Humilde, esforzada, de esas que no piden nada, pero terminan quedándose con todo. De esas que parecen inofensivas y un día te roban lo que más cuidas. A Mauricio no pensaba permitirlo. Al día siguiente, sin avisar, Renata se apareció en la casa. Llegó bien vestida, maquillada como si fuera a una sesión de fotos con el perfume caro que sabía que a Mauricio le gustaba. Marilu abrió la puerta con cara de sorpresa, pero no dijo nada, solo la dejó pasar.

Fernanda estaba en el estudio revisando la agenda del niño. Cuando escuchó los tacones acercándose, se levantó de inmediato. No esperaba visitas, ni mucho menos una como esa. Renata entró sin pedir permiso, la miró de arriba a abajo y se acercó como si nada. Tú debes ser Fernanda. Sí. Buenas tardes, Renata. Mucho gusto. Fernanda notó al instante que esa mujer no venía en son de paz. Tenía la mirada clavada, las palabras suaves pero con filo. No sabía quién era, pero no hacía falta preguntar.

Vengo a ver a Mauricio. Está. No lo sé. Creo que salió a una reunión. Ah, qué lástima. Bueno, igual aprovecho para saludarte. He oído hablar mucho de ti. Fernanda no respondió, solo asintió con cortesía. Solo un consejo dijo Renata bajando la voz, pero sin perder la sonrisa. Este no es un lugar fácil. A veces las cosas no son lo que parecen. Ten cuidado. Fernanda se quedó mirándola sin expresión. No era tonta. Entendía perfectamente lo que esa mujer estaba haciendo.

La estaba marcando. Le estaba dejando claro que no iba a dejarla pasar tan fácil. Gracias por el consejo. Renata sonrió más. No hay de qué. se dio la vuelta y salió del estudio, dejando un olor fuerte a perfume y una tensión que se podía cortar con cuchillo. Esa noche, Mauricio llegó tarde. Fernanda no dijo nada, no le mencionó la visita. No quería causar problemas ni quedar como chismosa. Pero desde ese momento supo que su presencia en esa casa no iba a ser tranquila.

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