Durante esos días, nadie llamó. Ni Mauricio ni ella dieron el siguiente paso. No escribieron mensajes, no hubo visitas, no hubo intentos. El silencio se convirtió en un muro entre los dos. El niño preguntaba más cada vez, pero las respuestas eran evasivas, eran promesas vagas. Ya va a volver pronto. Y el niño se conformaba esperando como quien espera a alguien que tal vez no regresa. Mauricio se dio cuenta de que ese silencio pasivo lo estaba matando, que no era honorable ni valiente, solo cobarde.
Pero la culpa no lo dejaba avanzar. Tenía miedo de que ella le dijera, “No quiero verte.” O peor, que no dijera nada y cerrara la puerta. Fernanda sentía que el silencio era su escudo. Lo usó para no llorar, para no llamar, para no insistir, para protegerse de la decepción, pero era un escudo que la aislaba más de lo que la protegía. Pasaron dos semanas como esta, ambas vidas corriendo paralelas sin tocarse. El silencio reflejaba lo que ninguno quiso admitir.
Una parte de ellos estaba rota y mientras no lo enfrentaran, lo seguiría estando. La casa seguía en silencio, el departamento también, y los dos sabían que solo un paso valiente podría derribar el muro, pero ninguno daba el paso. El silencio se convirtió en el personaje más pesado de la historia. Solo el tiempo diría quién lo vencería. Fernanda seguía en su departamento encerrada en una burbuja de rutina sin ruido. Su mamá dormía la siesta en su cama. El sonido del ventilador era lo único que rompía el silencio.
Ella estaba sentada en la mesa revisando facturas médicas, pero su mente estaba en otro lado. Pensaba en Mauricio, en su hijo, en el vacío que dejó. Pensaba en lo fácil que se había roto todo y en lo difícil que sería reconstruirlo. Lo que no sabía era que alguien la observaba desde lejos. Era un teléfono anónimo que le indicó que había algo más detrás de la muerte de Alejandra, la esposa de Mauricio. Un mensaje simple. No fue accidente.
Investiga a Renata. Al principio pensó que era spam, pero algo en la llamada segura la hizo mirar. Se levantó e hizo algo que le daba miedo. Contactó al abogado que había manejado el caso de la muerte solo para hacer preguntas discretas. No quería desvelar nada aún, pero lo suficiente para sacudir su cabeza adormecida. Una tarde lluviosa, mientras estaba con su mamá en la sala viendo la tele, llamó al doctor que llevaba el expediente. Le explicó que había detalles que necesitaban revisarse.
El doctor escuchó, se inquietó y le dijo que había un testigo que nunca habló, una enfermera que atendió a Alejandra en sus últimos días. Esa misma noche, Fernanda hizo una llamada corta. No diría quién la mandó. Solo dejó claro que necesitaba una entrevista anónima y una charla privada. Días después recibió un sobre con un número de teléfono. Esa voz, con acento inseguro, soyó un nombre. Renata estaba en la casa esa noche. Dijo que la enfermera la vio discutir con Alejandra antes del evento, que las palabras no fueron amabilidad, que hubo amenazas.
Fernanda sintió que le dolían los oídos. La muerte de Alejandra siempre la veía como un accidente, un duelo cerrado por respeto. Nunca había querido urgar, pero ahora tenía una clave, una pista que se parecía a justicia. No podía callarse. Llamó a Sergio, el asistente de Mauricio, y le dejó el dato con discreción. solo pidió que lo investigara si él podía, no con cámaras ni con cámara oculta, solo revisiones legales, testigos, documentos, para que no se dijera que salía de ella, para cuidar la verdad sin estallar nada aún.
Al día siguiente, Mauricio llegó a su estudio. Recibió un mensaje. Llamada de Sergio. Algo está mal con ese caso. Su cara cambió pálida, tensa, inquieta. Sabía que algo que le había prometido que estaba cerrado estaba abierto otra vez. Se quedaron en silencio mirando sus celulares, cada uno con la puerta entreabierta a algo que dolería si se abría de golpe. Ambos sabían que lo que venía podía cambiarlo todo, pero también sabían que no se podía seguir ignorando. Esa noche, Fernanda se acostó cerrar los ojos.
Escuchaba cómo respiraba su mamá, como el silencio parecía más pesado, como esa verdad escondida le removía todo. Mauricio, en su casa lo mismo, miraba el retrato familiar de la gala. El niño señalando el vacío detrás de la imagen sabía que un secreto importante se estaba levantando del fondo del tiempo y que si salía a la luz nadie sería igual. El reloj dio la medianoche. Los dos siguieron despiertos, sin hablar, sin saber cuándo tocarían ese asunto. Pero sabiendo que ya no había camino de vuelta, porque a veces la verdad más peligrosa es la que todos prefieren olvidar, Fernanda había decidido no contarle nada a nadie de lo que descubrió sobre Renata.
Había hablado por teléfono, recogido fragmentos, tomado notas en un cuaderno viejo. No quería mover a nadie sin pruebas, no quería herir, solo saber. entendía que ese asunto era delicado y que si salía a la luz podía derrumbar más que su silencio, podía destruir una reputación, abrir heridas, volver a remar un duelo que parecía cerrado. Mientras tanto, Mauricio recibió una llamada de Sergio. Una voz nerviosa le dijo que había encontrado algo inesperado, archivos policiales, notas del juicio, testimonios inéditos, que había algo que no cuadraba, que alguien que siempre se dio por confiable.
Tenía pruebas de estar esa noche donde fue la fiesta donde murió Alejandra, esa misma fiesta organizada por Mauricio en su casa y que esa persona era Renata. Mauricio sintió un escalofrío. No entendía cómo alguien tan invisible podía haber estado ahí. La imagen de su exnovia enojada, elegante, insinuando amenazas a su esposa. Todo empezó a encajar como piezas de un rompecabezas que había ignorado hasta que Fernanda comenzó a preguntar. Llamó a Fernanda con mano temblorosa. Necesito hablar contigo.
Ella lo atendió desde su casa pequeña, rodeada de papeles de medicamentos con su mamá dormida. Lo escuchó sin interrumpir. Tengo algo de lo que me dijiste. Encontraste algo más que algo. Estoy revisando las grabaciones del juicio. Hay inconsistencias. Hay un cruce de llamadas a Renata esa noche. La enfermera declaró que la vio escapar del cuarto pasadas las 9 y hay un testigo que no declaró. Un fotógrafo extra que cubría el evento. Fernanda contuvo la respiración. Eso cambiaría todo.
Sí. Y no es solo eso, la enfermera ahora tiene testimonio y quiere declarar y hay audio, grabaciones privadas que muestran una discusión con amenazas. Antes no se dio por válidas porque Renata era amiga cercana del juez, pero ahora, nuevo testigo. Fernanda sintió que todo giraba, no solo su vida, todo lo que ella creía que sabía de la familia Herrera, de la muerte de Alejandra, del cierre de ese dolor, se resquebrajaba. ¿Y tú qué vas a hacer?, preguntó con voz baja.
Quiero que esto se haga bien, que no sea un escándalo barato, que se haga justicia. Si tú estás de acuerdo, quiero presentar todo juntos, pero quiero tu aval antes de avanzar. Fernanda respiró profundo. Sintió miedo, responsabilidad, rabia y algo que no esperaba. Esperanza. Sí, lo que pase que sea con trabajo, con pruebas, con legalidad. No quiero que parezca venganza. Pero sí creo que hay que hacerlo. Él le dio las gracias sin palabras. El alivio se notaba en sus ojos.